Luis Eduardo Solarte Pastás

La ‘pobreza fransciscana’ no existe

Por: Luis Eduardo Solarte Pastás

El tiempo avanza y las campañas políticas con miras a las elecciones del 29 de octubre de este año no dan espera y siguen adelante porque “camarón que se duerme se lo lleva la corriente”, dice un adagio.

Es así como todos quienes guardan la esperanza de llegar a ocupar cargos de representación popular a nivel local y regional diseñan una serie de estrategias y acciones que les permitan fortalecer sus campañas políticas y cumplir con el objetivo propuesto.

Hay quienes sostienen que “soñar no cuesta nada” y los precandidatos tienen derecho a soñar que se convertirán: primero, en candidatos oficiales y, luego, en la “máxima expresión popular” dentro del sistema de gobierno colombiano, si es que, por supuesto, triunfan en la contienda electoral.

Sin embargo, ese sueño político no es gratis porque a las personas que pretenden llegar a las gobernaciones, alcaldía, asambleas y concejos la verdad es que les cuesta y les cuesta mucho, aunque unos y otros manifiesten y se defiendan una y otra vez que su trabajo se mueve a punta de programas serios y de un profundo contenido social, más no de grandes sumas de dinero o puestos burocráticos.

Por parte del Consejo Nacional Electoral, a través de los libros de contabilidad que se exige a los candidatos, se ha querido hacer un control minucioso de los recursos que ingresan a una campaña electoral con la finalidad de que no sobrepasen los llamados topes establecidos legalmente para cada una de las candidaturas.

Pero esto no es más que un sofisma de distracción, porque al igual que en muchas empresas, también se lleva a cabo lo que comúnmente se denomina “doble contabilidad” para burlar la Ley y no reportar todos sus activos, cuando deben hacerlo antes las autoridades respectivas.

En Colombia la “pobreza fransciscana” no existe, cuando se trata de financiar campañas porque los candidatos, aunque algunos sepan de antemano que no van a triunfar, sacan plata de donde sea para incrementar sus actividades publicitarias y logísticas en campos y ciudades, en donde se camufla alguna que otra dádiva y compra de votos, a fin de mover una “montaña electoral” que los apoye con su voto el día de elecciones.

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Y sumado a lo anterior, también se observa en estas épocas de campañas, que los diversos sectores poblacionales, en especial los de estratos 1, 2 y 3 de campos y ciudades, son visitados por los candidatos y sus pregoneros desde tempranas horas del día y hasta altas horas de la noche, toda vez que creen que son los que más votos ponen, aunque posteriormente más discriminación y olvido padezcan por quienes recibieron su respaldo.

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Los candidatos, en tales visitas que llevan a efecto, se consideran una especie de “ángeles y querubines” que no han cometido pecado alguno. Se presentan como unas buenas personas y hasta son capaces de llorar para convencer al electorado. Y en los medios de comunicación dan a entender que son una especie de” salvadores” de la cruda realidad que se vive y que las comunidades accederán al “paraíso terrenal”, siempre y cuando salgan elegidos.

Todo esto no es más que una muestra de cómo es que se mueven las campañas electorales en Colombia y, en especial Nariño.