Las imágenes que se ven por los diferentes medios de comunicación no pueden ser calificadas si no como apocalípticas porque hasta al más incrédulo llevan a pensar en el fin del mundo. En el lado arde la tierra mientras que en el otro las lluvias torrenciales hacen que se desmoronen las montañas, aneguen los valles, los caudales de los ríos aumente y con su fuerza desbordada arrase todo cuanto encuentran a su paso.
Pero como si todo esto no fuera suficiente para poner a reflexionar sobre el deterioro sufrido por la naturaleza desde cuando el hombre descubrió que podía hacer depender su existencia de todo cuanto en ella encontraba, son también alarmantes las montañas de basura que se han ido formando como resultado de la producción y consumo desmedido de productos cuyo sello de máxima calidad no es más otro que el de ser de carácter desechable, que no perecedero, solo desechable. Porque el sentido de desechable solo se aplica a aquello cuya utilidad no va más allá de lo que el fabricante estrictamente lo garantice y cada vez las llamadas tecnologías de punto son aprovechadas por el comercio para poner en el mercado productos que rápidamente caducan obligando a ser cambiados sin que todo el material en el empleado de muestras de deterioro real.
Hombres y mujeres de todas las edades desarrapados y famélicos caminando sobre envases de plástico, carcasas de computadoras, empaques de papel y de nylon, marañas de cables, chatarra, baterías de todas las formas y tamaños, ropa que sin envejecer ha sido arrojada ahí por no ser ya tendencia, teléfonos móviles, juguetes a los que el encanto les dura lo que demoran en aparecer otros, suceso cada vez más inmediato como se evidencia en las estanterías de las cadenas de supermercados. Como lo es de igual manera el ver humanos, jaurías de perros, roedores y carroñeros hurgando entre los desechos, obligados a vivir entre ellos y de lo poco útil que pueden encontrar.
Esta es la realidad impregnada en una foto triste, de la más triste panorámica que el progreso puede ofrecer hoy como su estética. Imagen que debería convocar a un dialogo serio entre la clase gobernante de los países más ricos que son los industrializados, para reflexionar sobre su responsabilidad como generadores de un estado calamitoso de buena parte del mundo que contrasta con sus holgadas y cómodas formas de vida.
Cuando Hegel define el Derecho como la voluntad del individuo en correspondencia con lo otro solo privilegia sobre cualquier interés particular el bien común, principio de la tica que debe regir los sentimientos. Hegel se refiere al comportamiento moral como fundamento del existir en sociedad por lo que el ser humano a la vez que a tiende a su yo busca identificarse como parte de todo cuanto lo rodea. Este su objetivo como ser espiritual y ende a sus preceptos o rutinas. Por ello no es nada extravagante ni leguleyada, como llama el pragmático utilitarista Héctor Abad Faciolince, el incluir a la naturaleza en el orden jurídico de los países y reconocerla así como sujeto de derechos, porque lo es en cuanto cada individuo al reconocerse ciudadano convierte todo cuanto lo protege particularmente en amparo del entorno por formar parte de suyo. Pues los humanos no son seres llegados a este mundo ni por ello superiores a ningún ser que forme parte de él.
Somos polvo de estrellas dijo Carl Sagan y los sabios de las tribus identifican en el árbol componentes de la anatomía humana. De no ser así las afectaciones que sufren los bosques, los mares, los ríos y los cascos polares no pondrían en peligro la existencia de todos por causa de uno solo de sus componentes.
Por: Ricardo Sarasty.

