Los padres de familia siempre se preocupan por el bienestar de sus hijos, quizá unos más que otros porque dependerá del grado de madurez y compromiso que tengan para sobrellevar esta gran responsabilidad, pero lo cierto es que la mayoría se desvive por darles lo que ellos no tuvieron en su niñez.
Y eso no está mal, sin embargo, vale la pena analizar la escala de valores personal para entender mejor cuál es el mayor bien para los hijos y que perdurará por siempre.
Es conveniente analizar que esta modernidad nos ha dejado muchas necesidades, como comprar aparatos que caducan en pocos años, consumo de una gran variedad de plataformas digitales que ofrecen programas para todos los gustos y edades, dejando en la obsolescencia a otros medios de comunicación, y un largo etc., que nos enfoca de nuevo en el tema original: El deseo de los padres de dar a sus hijos lo que ellos no tuvieron.
Y para eso, los padres de familia deben cubrir largas jornadas de trabajo que los alejan del hogar, dejando pocas horas y escasos días para convivir con los hijos. Ese es el precio que estamos pagando para vivir con mayores comodidades.
Sin embargo, poco nos interesamos en dejarles una mejor herencia, a pesar que es fundamental para vivir bien: Los valores. Por supuesto, podemos pensar que en la escuela los reciben y claro que es muy importante, pero no sustituye la educación que se da en casa. Y mucho menos la que los pequeños reciben con el ejemplo de ambos padres, porque ellos están atentos a todo lo que hacemos.
Por eso el dicho afirma “la palabra convence, pero el ejemplo arrastra”. Así, lo que hagamos marcará a los pequeños, ya sea para bien como para mal, desgraciadamente. Por eso, es necesario que estemos conscientes que nuestros actos no pasan desapercibidos para ellos.
Seamos sinceros y preguntémonos: ¿para qué les servirán los bienes materiales si no reciben amor, atención y buen ejemplo en su casa? Evidentemente, tendremos hijos viviendo en la abundancia, pero inconformes, malcriados e infelices.
Por otro lado, si queremos que crezcan sanos, fuertes, amables, dignos, respetuosos, caritativos, trabajadores, alegres, honrados, compasivos, pacientes, honestos, asertivos, y con muchas más cualidades, ¿adivinen qué? ¡tenemos que empezar por serlo nosotros mismos!
No podemos exigir a los hijos lo que no estemos dispuestos a ser y a dar. Agreguemos a nuestros propósitos de vida, convivir más con nuestra familia y mejorar nuestra conducta, les aseguro que esa será la mejor inversión y una hermosa herencia que ellos recordarán por el resto de su vida.

