Jonathan Alexander Espana Eraso

La materia de los artesanos

Por: Jonathan Alexander España Eraso

En el carnaval, el arte nos posiciona en lo que la mirada abandona. Esta percepción implica que la imaginación del artesano se convierte en la blancura que fragmenta el espejo donde nos reflejamos. Lo que en este punto se manifiesta es más que trascendencia: El trazo que enraíza la representación señala la fuga. Frente a esto, el filósofo francés Jean-Luc Nancy en su libro «Las Musas», refiere que: «(…) Esta fascinación no se detiene sobre la imagen, sino para dejar venir la apariencia sin fondo, la aperturidad (apérité), la semejanza sin original, e incluso, el origen mismo en tanto que monstruo y mostración sin fin (…) El ‘arte’ (…) atraviesa, como un único gesto inmóvil, los veinticinco mil años del animal monstrans, del animal monstrum».

En la pluralidad de las artes, el carnaval se escribe y borra. Gracias a su animalidad original se extiende un umbral que nos devuelve la inquietud. En esa perspectiva, lo artístico se proyecta en el signo de lo intermitente que estremece moradas y colores.

Lo que arriba en el carnaval, la creación y su cauce, en palabras de Maurice Blanchot, expone, al igual que la escritura, «una donación en pura pérdida», que toca en los límites de sí la conjunción del sentido. En esta dimensión singular de lo estético, se abre paso el carnaval, una resonancia externa de la que brota el instante en el que la entraña germinal es el destello en el ojo del espectador.

«En el hoy, una lengua colorida es el tiempo del imaginario que, a pesar de lo que vivimos, siempre está llegando entre el año que nos abandona y las esperanzas que no dejan de abrazarnos».

En el desfile magno del 6 de enero, en el marco del Carnaval de Blancos y Negros, la vivencia de lo evidente diluye el artificio y se convierte en un relato de los elementos que le da paso a la recreación de la memoria. La edad de la cultura en las manos de los artesanos se convierte en la gruta y su levantamiento.    

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En el carnaval se logra, en la presencia del juego, en la intensidad de las formas y colores, que el ritmo y la matriz del arte inauguren las representaciones como efecto de lo que el carnaval junta en la trama de lo que una región como Nariño, desde su imaginarios y configuraciones, existe. Las texturas y las figuras salen las unas de las otras, se prolongan en lo que se hace región, se rompen en el silencio cromático que no es sino el alumbramiento de lo que descubrimos en la senda del carnaval.

Cada carroza del desfile magno, urdida en el trasegar de las manos, vierte las profundas raíces que se unen al colectivo. En el hoy, una lengua colorida es el tiempo del imaginario que, a pesar de lo que vivimos, siempre está llegando entre el año que nos abandona y las esperanzas que no dejan de abrazarnos.