Para los amantes de uno de los capítulos más innovadores y experimentales de la historia del arte, fue algo revolucionario.
Una colección de cientos de obras maestras hasta entonces desconocidas de las principales figuras de la vanguardia soviética inesperadamente apareció ante el público a mediados de la década de los 2000.
Algunas de las pinturas de la Colección Zaks -llamada así por el apellido de su propietario- se vendieron por cientos de miles de francos suizos.
Hasta hace poco, varias de ellas se exhibían en importantes museos estadounidenses y europeos, y otra apareció en dos películas de Hollywood ganadoras del Oscar.
Pero un pequeño grupo de expertos había comenzado a sospechar que las pinturas podrían no pertenecer a los artistas a quienes se atribuyen y que la historia detrás de la colección quizá no era más que una farsa.
Del campo en Bielorrusia a las salas de subastas de Suiza
A principios de la década de los 2000, apareció en Minsk un desconocido coleccionista de arte privado con un sorprendente anuncio: había descubierto una enorme colección de pinturas de la vanguardia rusa y quería exhibirlas en Bielorrusia.
En la colección había más de 200 lienzos, con obras de los grandes maestros del breve pero explosivo experimento de la Unión Soviética en el arte moderno: Kazimir Malevich, Alexander Rodchenko, Vladimir Tatlin, Natalia Goncharova, Liubov Popova, Alexandra Exter, Ivan Kliun o Robert Falk, entre otros.

