El municipio de Chiquinquirá, en el occidente de Boyacá, se encuentra preparando la conmemoración de los 35 años de la firma de la paz regional, un acuerdo que puso fin a la llamada ‘Guerra Verde’, pero cuyas secuelas aún perduran en la memoria colectiva. Aunque el pacto, firmado el 12 de julio de 1990, logró detener la confrontación armada en la zona, las heridas abiertas siguen marcando a quienes perdieron seres queridos o fueron desplazados por el conflicto.
Karoll García, directora del Programa de Desarrollo y Paz Boyapaz, destaca el papel fundamental de las comunidades en la construcción de una reconciliación sostenida. “Hace 35 años no teníamos vías ni oportunidades. Hoy apostamos por una economía más diversa, donde el turismo, el cacao y el café abren nuevos caminos para el desarrollo”, señala. García también subraya el trabajo silencioso de las parroquias y la Iglesia Católica, garante del proceso, como clave para mantener la estabilidad alcanzada.
Sin embargo, persisten las preocupaciones. Pobladores del occidente advierten que, aunque los enfrentamientos y masacres han cesado en la región, se registran asesinatos recientes de figuras del mundo esmeraldero como Pedro Pechuga en otras zonas del país. Temen que estos hechos sean señales de un posible resurgimiento del conflicto bajo nuevas dinámicas.
A pesar de los avances, las cifras del pasado siguen pesando: 3.500 muertos y el mismo número de desaparecidos durante la guerra. Chiquinquirá honra la memoria, promueve el perdón y valora los logros obtenidos, como el reconocimiento de Otanche como “Destino de Paz”. No obstante, la paz sigue siendo frágil, y el llamado de la comunidad es claro: no basta con recordar, hay que proteger lo construido para no volver atrás.
