La decisión del Congreso de tratar a los adolescentes de 16 y 17 años como adultos en ciertos casos de delitos graves es un tema polémico y con implicaciones profundas en la justicia penal y los derechos humanos. Este tipo de medidas, generalmente adoptadas en contextos de alta criminalidad o preocupaciones sobre la seguridad, buscan endurecer las penas contra delitos graves cometidos por jóvenes, pero también plantean serias preguntas sobre la capacidad de los adolescentes para comprender plenamente las consecuencias de sus actos y su potencial para la rehabilitación.
El sistema judicial debe balancear, en estos casos, la necesidad de proteger a la sociedad con la responsabilidad de ofrecer a los jóvenes la oportunidad de reintegrarse de manera efectiva. El tratamiento de menores como adultos puede tener efectos negativos en su desarrollo psicosocial y su futuro, ya que, en muchos casos, las cárceles de adultos no están diseñadas para abordar las necesidades de los jóvenes, tanto desde un punto de vista educativo como psicológico.
Además, se debe considerar que la evidencia científica sugiere que el cerebro de los adolescentes está aún en desarrollo, lo que puede influir en su capacidad para tomar decisiones racionales y asumir plenamente las consecuencias de sus acciones. En este contexto, los defensores de los derechos de los niños y los adolescentes suelen argumentar que es más efectivo invertir en programas de rehabilitación y reinserción social en lugar de aplicar penas severas que los puedan llevar por el camino de la reincidencia.
En resumen, la medida de considerar a los adolescentes como adultos en ciertos delitos graves refleja una postura más punitiva ante la criminalidad, pero también plantea importantes desafíos éticos y jurídicos sobre cómo equilibrar la justicia y los derechos de los menores.

