Por: Ricardo Sarasty.
Así se llama la película del guionista, director y productor ipialeño Juan Carlos Melo, quien cuenta a través de ella la historia de la violencia de estos últimos años en cualesquiera de los municipios enclavados sobre lo más alto de la cordillera aquí en el suroccidente en donde las mafias que del narcotráfico encontraron en el cultivo de la amapola para la fabricación de la heroína otro negocio multimillonario.
Que muestre otro de los llamados cultivos ilícitos obliga a verla porque el contexto geográfico y cultural es muy diferente al de la cocaína y la marihuana. Así se comienza a observar desde los primeros segundos cuando aparecen las casas propias del clima frio por allá entre la niebla bordeando la carretera angosta por la que avanza un camión pequeño llevando entre la poca carga a un adulto acompañado de un niño.
Los dos son padre e hijo que huyen de donde vivieron hasta cuando un grupo de paramilitares masacró a la esposa y los otros hijos mientras sacaban a la venta unos marranitos, cuya sangre se confundió con la de los humanos, como le cuenta después el niño al dueño del cultivo de amapolas y productor de la materia prima de la morfina.
Emilio es el papá de Simón, los dos llegan hasta el poblado en donde piensan encontrar al amigo que les ayude a encontrar donde vivir.
El poblado es otro más de los de clima frio con gente como la de los andes. Campesinos y campesinas de hablar despacio y cantado, tono agudo y como si entre una palabra y otra se detuvieran a pensar en lo que están por decir. Arropados con ruanas y suéteres de lana, sobre la cabeza de los ancianos aún se ven los sombreros de fieltro mientras que en las de los jóvenes y niños las gorras con viseras, la mayoría calza pantaneras que ponen de presente la vocación agrícola de la zona.
El amigo ahí solo puede ofrecerles ayuda llevándolos a trabajar con él a una finca, de la cual poco le comenta sobre lo que en ella se trabaja hasta cuando ya ahí Emilio ve el cultivo de amapolas de las que no sabe para qué sirven, por lo que su amigo está obligado a explicarle en que consiste el trabajo por el cual puede ganar su buen dinerito. Emilio entonces comprende que no es legal por lo que le van a pagar y no solo siente recato moral, sino que también miedo, por él y su hijo.
La acción de la película se sostiene en dos relatos que en el transcurso del film van a ir paralelos hasta encontrarse en el final. Uno, lo que le sucede a Emilio en su afán por trabajar y poder organizarse de nuevo con su hijo y el otro es la historia de Simón con su niña amiga a la que le gusta tener un perro como mascota por lo que Simón se convierte en su amigo y confidente cuando encuentra la manera de lograr que Luisa, la niña, pueda contar con uno.
Las dos historias son los hilos que forman la trama de la película que también parece haberse urdido en la misma guanga en la que los antepasados de Melo le dieron forma y color a su vestimenta, con la estética desde la cual este joven cineasta cuenta, no un acontecer más de traquetos y guerrillos, de los tantos con los cuales se ha llenado el catálogo de novelas y películas de estos últimos años, sino un relato que ahonda en el dolor causado por una violencia que le es totalmente ajena a quienes se convierte en sus víctimas. Un cuento cuyo final obliga a repensar la violencia desde la mirada de los niños.

