Durante mi última visita al Aeropuerto Antonio Nariño en Chachaquí, una escena reveladora develó un aspecto incómodo de la interacción turística. Dos jóvenes, aparentemente con recursos justos, buscaban una opción más económica para llegar a Pasto, planteando la posibilidad de un taxi colectivo al conductor que les prestaba servicio. Sin embargo, la respuesta fue una negación tajante, indicándoles que el servicio solo se brindaba de forma completa, sin alternativas.
La falta de flexibilidad y empatía del taxista, quien se encontraba dentro de la terminal interna del aeropuerto, contrastó drásticamente con la ayuda de un desconocido fuera del recinto. Este amable samaritano les indicó que fuera del aeropuerto podrían encontrar taxis colectivos que reducirían significativamente sus costos. Sin embargo, la reacción de los taxistas locales no se hizo esperar; palabras como sapo y lambón fueron lanzadas hacia aquel que simplemente intentaba facilitar la experiencia de unos jóvenes turistas.
Esta situación me lleva a reflexionar sobre la imagen que proyectamos como ciudad sorpresa de Colombia. ¿Dónde quedó la hospitalidad? ¿Por qué la prioridad está en el beneficio comercial en lugar de brindar soluciones amigables? Este episodio, aunque puede parecer aislado, es más bien un reflejo de una práctica que ocurre a diario en el Aeropuerto Antonio Nariño.
En lugar de colaborar para mejorar la experiencia de quienes visitan nuestra ciudad, algunos taxistas optan por descalificar a aquellos que intentan facilitar el proceso. Esta actitud mezquina no solo deja insatisfechos a los turistas, sino que también mancha la imagen de la ciudad. Insto a las directivas del aeropuerto a tomar medidas para preservar la hospitalidad y la cortesía, asegurándose de que los taxistas no comprometan la buena reputación de nuestro destino turístico.

