Un reciente informe de la consultora McKinsey & Company plantea que la denominada transición energética en Colombia no implicará una salida inmediata de los combustibles fósiles, sino que estos seguirán jugando un papel relevante en la matriz energética del país por varias décadas.
El análisis señala que, aunque las energías renovables y limpias avanzan, los retos estructurales —como la demanda creciente de energía, la dependencia fiscal de los hidrocarburos y la necesidad de garantizar respaldo energético— hacen que la transición deba ser “ordenada” y gradual.
En dicho escenario, el gas natural y otros combustibles fósiles de menor emisión se proyectan como esenciales para mantener la seguridad del suministro y la asequibilidad energética en el corto y mediano plazo.
Para Colombia, los desafíos son particulares: la economía, la infraestructura existente, la dependencia de ingresos por hidrocarburos y la necesidad de expandir el acceso a la energía en zonas menos favorecidas, complican un cambio drástico hacia una matriz completamente renovable.
En este contexto, McKinsey señala la importancia de combinar la diversificación de la generación (solar, eólica, hidrógeno, biomasa) con el mejor aprovechamiento de los combustibles fósiles “más limpios” mientras avanza el cambio.
La recomendación clave es establecer una hoja de ruta que contemple: inversiones significativas en transición, incentivos regulatorios adecuados, mecanismos de compensación para las comunidades afectadas y la restructuración fiscal necesaria para reemplazar los ingresos del sector fósil.
En resumen, el informe subraya que en Colombia la transición energética existirá, pero no bajo la forma rápida o radical que algunos podrían esperar: los fósiles seguirán siendo protagonistas mientras se despliegan las renovables.

