Hemos llegado a un punto en el que el país vive un silencio de miedo por las venganzas y las retaliaciones. Silencio que se respira por todas partes. Y miedo que se expande como el viento a lo largo y ancho del territorio nacional ante la impotencia y mirada estupefacta de sus habitantes.
Los odios, los rencores y toda clase de represalias son el pan de cada día. “Pan” macabro que ha llevado a que unos sectores del pueblo colombiano se conviertan en una especie de caníbales que no saben cómo saciar, entre unos y otros o todos al mismo tiempo, una sed de desquite que no se entiende, pese el gran cúmulo de explicaciones y supuestas justificaciones que en su momento oportuno y quizás por conveniencia más que por otra cosa, siempre sacan a relucir.
Masacres indiscriminadas y asesinatos a mansalva, sin saber a ciencia cierta quién o quiénes son sus causantes, forman un contexto en que las especulaciones y las frases de cajón se difunden desde las más altas esferas del poder de unas instituciones sin mayor credibilidad y de las bases de una sociedad que también preguntan y dan sus opiniones a todo cuanto acontecimiento sangriento se presente.
Todo es confusión y enredo. Mientras tanto el barco en que navega la democracia colombiana se hunde sin que de verdad se encuentre o se identifique al capitán que pueda corregir su curso y llevarlo a feliz puerto en donde se encuentre la tan anhelada paz, con justicia social y equidad.
Así las autoridades pretendan disfrazarlo o disimularlo, a diario se presentan asesinatos, secuestros, extorsiones, violaciones, entre otra serie de hechos punibles, como consecuencia de esa violencia indiscriminada que se soporta hace mucho tiempo.
Violencia que ante una carencia de una efectiva y pronta aplicación de justicia generan unas retaliaciones que no respetan nada, absolutamente nada, por el sólo motivo de que alguien piensa diferente al sistema o el régimen, como en cierta oportunidad dijera el asesinado Alvaro Gómez Hurtado.
Ese es el temor que hoy existe en muchos estamentos políticos, económicos, sociales, religiosos, hasta de los propios militares y policías; por cuanto en un país como es en la actualidad Colombia todo puede suceder, aunque se diga una y otra vez que se van a tomar todas las medidas y precauciones de seguridad a fin de que las venganzas no sigan ocurriendo.
Hoy ya no es un secreto saber que a lo largo y ancho de todo el territorio nariñense la violencia está presente en sus múltiples manifestaciones, debido a la presencia de una variedad de organizaciones delincuenciales.
La violencia reina y acecha por todas partes, se encuentra a la vuelta de la esquina y el único aliado es uno mismo. “Frente a esta caótica situación, me grita mi antepasado, mi abuelo, mi padre: ¡hijo, tienes que sobrevivir!”
Parafraseando al escritor francés Jean Paul Sartre, estamos condenados a la violencia; se ha convertido en el acto cotidiano, en la negra luz que nos alumbra. No obstante, los esfuerzos del gobierno dizque contrarrestarla, ella se refleja en las miradas fantasmales y sin horizonte alguno de la inmensa mayoría de gente que la lleva a cuestas

