En el sur de Colombia, cerca de la frontera con Ecuador, está el triángulo de Telembí, una subregión del departamento de Nariño integrada por los municipios de Barbacoas, Roberto Payán y Magüí Payán, que por décadas ha sido escenario de conflictos armados. Allí, el 90 % de la población vive bajo condiciones de pobreza multidimensional —sin acceso de calidad a salud, servicios públicos o educación—, mientras que el promedio del país en este indicador es del 19%, de acuerdo con el Departamento Nacional de Planeación. Solo en el primer semestre de 2021 fueron desplazadas 21.106 personas por combates entre grupos armados. Los albergues no son suficientes, como tampoco lo son los alimentos y el agua potable, y las enfermedades van en aumento.
A Roberto y Magüí Payán se puede llegar desde Tumaco o Pasto. Esta última opción implica un trayecto de ocho horas en carretera con tramos destapados. De hecho, por la vía a Magüí solo pueden pasar motos y camionetas, por el mal estado en el que se encuentra. Para salir del municipio —que no tiene atención especial en salud—, una ambulancia puede tardar mínimo cinco horas para llegar a un hospital de segundo nivel. A las malas condiciones viales se suma el peligro de encontrar algún retén de un grupo armado ilegal en carretera. En este municipio los albergues que servirían para acoger a personas desplazadas están vacíos porque, según un líder social, “las familias tienen miedo de que les hagan seguimiento, las identifiquen y amenacen”.
«Ana Iris Castillo, víctima de Roberto Payán, cuenta el infortunado suceso, y en medio del relato se incorpora en señal de protesta para reafirmar que esto no puede continuar sucediendo”.
Después de la firma del Acuerdo de Paz, en 2016, se generaron expectativas en la región por las promesas de reparación que contemplaba lo pactado, así como por nuevos proyectos productivos y mayor seguridad. Sin embargo, desde 2018 las ilusiones comenzaron a desvanecerse por el recrudecimiento de la violencia. Desde entonces, grupos armados se empezaron a disputar las zonas que quedaron vacías tras las desmovilizaciones, generando desplazamientos que no han cesado. De acuerdo con estimaciones de Médicos Sin Fronteras (MSF), organización que tiene proyectos de atención humanitaria en estos municipios, en el primer semestre de 2021 fueron desplazadas 21.106 personas en Barbacoas, Roberto Payán, Magüí Payán y Tumaco.
Ahora es un momento crucial, como dice Luis Ángel Argote, coordinador de MSF en Nariño, para que l a atención se centre en esta subregión del país que está viviendo su peor crisis humanitaria en los últimos veinte años: “Cuando ves que muchos niños no pueden ni siquiera tomar agua porque se enferman y ves desde la atención de salud mental cómo la angustia también comienza a enfermar a las personas, te das cuenta de que eso requiere una atención urgente, porque lastimosamente esto no es nuevo y las consecuencias de este tipo de crisis son desastrosas. Ha pasado más de un año, es inaceptable que la situación sea no solo la misma, sino que en muchos casos haya empeorado. Por momentos parece que estuviéramos normalizando el sufrimiento como sociedad y también es muy triste que la reacción a estas crisis sea tan tardía e insuficiente”.
Solamente en el municipio de Roberto Payán, según MSF, 12.902 personas están viviendo en condiciones precarias: 5.000 están confinadas en áreas rurales y 7.902 han sido desplazadas y hoy están pernoctando en albergues de la cabecera municipal. Esta última cifra casi duplica la de la crisis en Ituango (Antioquia), donde hace dos semanas 4.000 personas tuvieron que abandonar sus veredas.
Ana Iris Castillo, una de las miles de víctimas de Roberto Payán, con su mirada gacha, cuenta ante un grupo de gestores culturales, reunidos en Tuco por La Comisión de la Verdad, el infortunado suceso, y en medio del relato se incorpora en señal de protesta para reafirmar que “esto no puede continuar sucediendo”.
Que el conflicto armado no puede seguir arrebatando la vida e integridad de sus coterráneos. “Nosotros como dueños del territorio y que nos ha tocado vivir en carne propia la guerra estamos convencidos que debemos continuar trabajando para seguir resistiendo, porque una cosa es verlo en las noticias y otra muy distinta es que yo salga a recoger a mis muertos, a los hijos de mis hermanas, de mis compañeras o a mis estudiantes,”, añadió.
Por: Guillermo Alfredo Narváez Ramírez.

