Por: Ricardo Sarasty.
Como pasa el tiempo, dirán unos mientras buscan entre los recuerdos el referente que los lleve a precisar bien los acontecimientos anteriores y posteriores a aquel septiembre negro para la democracia en Chile y desde ahí para toda Suramérica. Es el año de 1973, aquí en Colombia gobernaba el que sería último presidente elegido en representación de lo que el contubernio de los entonces 2 partidos tradicionales llamó Frente Nacional. Un pacto para repartirse el poder y sus mieles entre los mismos de siempre, impidiendo que fuerzas políticas diferentes pudieran acceder al gobierno y menos si representaban los intereses de la clase obrera. 50 años atrás por estos lados se entraba en el penúltimo año de un gobierno que convirtió en irreal el sueño de las clase media y obrera de tener casa propia, pues como parte de la política económica, trazada siguiendo los lineamientos de la banca extranjera, se crean las tristemente famosas unidades de poder adquisitivo constante o upacs, tan eficaces que terminaron acelerando la inflación y ampliando la franja de la pobreza.
Como consecuencia de ello y ante un gobierno considerado desde el primer minuto de su elección como ilegitimo por pesar sobre el la sospecha del fraude cometido para evitar la posesión como presidente de las mayorías al candidato de la ANAPO, el pueblo se manifestó en las calles, los sindicatos paralizaron al país pese a que para controlar el descontento Misael Pastrana gobernó bajo la sombra de los quepis, amparado en el recurso legal de lo que entonces se conocía como estado de sitio. Una situación excepcional decretada por el presidente para poner en manos del régimen militar el control del orden social. A nivel mundial recrudecía el enfrentamiento conocido como la guerra fría entre este y oeste o el capitalismo y el comunismo. El gobierno de los Estados que lideraba a los países de occidente o capitalistas, no escatimaba recursos ni se detenía a considerar la valides moral y le gal de los medios empleados en la lucha para detener el avance del comunismo y más si se trataba de evitar que a él llegaran los países que se encontraban bajo se égida, como lo eran los de Centro América, El Caribe y Sur América, identificados también como su patio trasero.
Por ello crea la famosa Escuela De Las Américas, un centro de entrenamiento militar al cual debieron de asistir los altos mandos de las fuerzas armadas de estas naciones con el fin de recibir capacitación para que una vez de regreso y como parte importante del poder político conviertan a sus ejércitos en fuerzas deliberantes y si fuera el caso, donde se requiera, a sus generales en gobernantes. Siniestros personajes adiestrados en el empleo de los recursos más crueles para la defensa de los intereses de las compañías norteamericanas que explotaron todos los recursos del suelo y el subsuelo, se apoderaron de toda la banca y el comercio y convirtieron las economías nacionales en subsidiarias de ellas.
Así como sucedió desde el sur del cañón del colorado para abajo hasta La Patagonia. En donde no reino nadie que no fuera proclive a lo que se conoció como el imperio del Tío Sam. Imperio que comenzó a gestarse desde los comienzos del siglo XX y de cuya amenaza alcanzaron advertir Simón Bolívar y José Martí, pero no se atendió ni siquiera cuando México y Colombia perdieron parte de sus territorios como consecuencia del apetito voraz de un Estado que imponía sus intereses. Como tampoco se tomó en serio durante los años en los que Centro
América fue convertida en lo que se conoció como la república bananera. Hasta que, en nombre de la llamada seguridad nacional, en Chile se pisoteo la soberanía con el asesinato de Salvador Allende.

