Los gobernantes que, con sus palabras, sus acciones o sus omisiones deciden fomentar, emprender o continuar una guerra o un conflicto llevan sobre su conciencia una responsabilidad enorme que afecta la vida de miles de personas.
Es bueno recordar la historia para no volver a repetir los mismos errores del pasado, y como uno entre tantos ejemplos, bastaría traer a la memoria la terrible experiencia de la Europa Central con la larga serie de campañas militares que conocemos como “Guerra de los Treinta años”.
Las tensiones políticas, sociales o religiosas que acompañan el conflicto que vive nuestro país, no son suficientes para explicar su larga duración y el alto costo de vidas y de daños materiales.
Dichas tensiones por sí mismas, no explican el origen de cada guerra o de cada conflicto, que surge por culpa de decisiones concretas de los gobernantes de turno y que afectan a miles de personas.
Una vez escogido el camino de las armas para supuestamente “resolver” un conflicto, se desencadenan mecanismos complejos, que van desde el reclutamiento y el adiestramiento de tropas, la búsqueda de recursos económicos, hasta los momentos más dramáticos de los enfrentamientos y de sus terribles consecuencias.
Cualquier persona cuya autoridad sea legítima o ilegítima opta por el camino de la violencia como vía para imponerse sobre otros, por más justificaciones que pretenda tener a su favor, desencadena procesos de violencia que luego provocan daños que nunca podrán ser cuantificados correctamente.
Ciertamente, se pueden evaluar daños en campos de cultivo, en infraestructuras, en edificios, en hambrunas, etc., pero nunca se puede evaluar con dinero la pérdida de una vida humana bajo la acción violenta de quienes luchan en una guerra o en un conflicto.
Los terribles daños de las guerras y de los conflictos vividos en diferentes épocas de la civilización humana, deberían servir como recuerdo y aviso para que las autoridades busquen todos los medios posibles para evitar el uso de las armas.
Es cierto que negociar puede ser algo muy complejo. Pero si hay buena voluntad y, sobre todo, un deseo sincero de las partes en conflicto a favor de la justicia y la paz, será posible evitar enfrentamientos que siempre generan heridas y daños en las fuerzas armadas y en civiles.
Los gobernantes de todos los tiempos, también en nuestros días, tienen una responsabilidad enorme para evitar nuevos conflictos, para detener las que están en curso y, sobre todo, para entablar negociaciones que permitan ese anhelo de la inmensa mayoría de los colombianos: El de una paz justa y duradera.

