Carlos Santa María.

¿Existe el sicariato escrito?

Colombia se hizo famosa, además de otras razones ya conocidas, por la utilización constante de personas encargadas de asesinar por encargo, bajo determinadas condiciones de pago, algunas mínimas, y con la ley de la ‘omerta’ (silencio o muerte) que tanto se utilizó en Italia por las mafias.

La característica principal era finalizar el trabajo contratado al eliminar al presunto adversario señalado, inocente o no, a través de las más terribles técnicas como el descuartizamiento, la tortura incisiva, el degollamiento, la bala mortal o lo que fuese necesario.

Está técnica también se hizo masiva en el país con el del intento de destruir al contrario a través de la escritura o verbalidad calumniosa, falsa, hipócrita, creando narrativas inexistentes para dañar profundamente la imagen, la vida, la familia, de un determinado ser humano.

Ahora, en época electoral, donde los espíritus perversos sobresalen y los apetitos desmedidos por el poder se vuelven notorios, aparecen fuertemente los sicarios de la palabra en tanto individuos de alta peligrosidad, escondidos en su cobardía y angustias, quienes ocupan todas las herramientas posibles para denigrar del otro, inventando las más extraordinarias ficciones y ocultando la verdadera realidad.

 

«Para edificar un nuevo país hay que construir generaciones de gente valiosa que identifique al odio como una aguja envenenada que destruye».

 

Así ha ocurrido con personajes políticos especialmente comprometidos con la paz y el desarrollo soberano de la nación, quienes han sido objeto de una metralla de infundios.

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En toda familia o grupo amante de valores propositivos, lejanos a la mentira y el odio, al descubrir estos personajes siniestros hay que llamarlos a que se encaminen por senderos de transparencia y que trabajen para tener un sentido de vida, entendiendo que son peligrosos en la medida que incluso la drogadicción o el alcoholismo genera su compulsión.

Quienes amparan a estos sicarios que corroen el alma hay que hacerles entender su complicidad en este hecho y, sobre todo, el daño que hacen a la sociedad.

Para edificar un nuevo país hay que construir generaciones de gente valiosa que identifique al odio como una aguja envenenada que destruye las nuevas generaciones y el futuro de nuestra niñez.

Por: Carlos Santa María