La noche del 7 de diciembre, conocida en Colombia como la Noche de las Velitas, suele ser una celebración familiar, luminosa y llena de tradiciones. Sin embargo, en Pasto y en otros municipios de Nariño volvió a convertirse en un escenario de dolor evitable. Trece personas resultaron quemadas por el uso de pólvora, entre ellas cuatro menores de edad. Lo que debería ser una festividad se transformó, de nuevo, en un registro de víctimas que cada año se repite pese a las innumerables campañas de prevención, advertencias médicas, restricciones y llamados a la consciencia ciudadana.
El patrón es conocido. Las autoridades anuncian controles, los hospitales alertan sobre los riesgos y los medios recuerdan las duras consecuencias del uso de pólvora. Sin embargo, nada de eso parece ser suficiente frente a una práctica que, por costumbre o indiferencia, sigue cobrando vidas y dejando secuelas físicas y emocionales. Lo ocurrido en Pasto no es un hecho aislado: es la evidencia de que las campañas preventivas, aunque necesarias, no han logrado permear de manera efectiva la conducta de la ciudadanía.
En este contexto, uno de los puntos más preocupantes es la participación de menores de edad entre los lesionados. Cuatro niños quemados no son solo una cifra: son cuatro familias marcadas por la imprudencia y, en muchos casos, por la permisividad. Cuando un menor manipula pólvora, la responsabilidad no recae únicamente en el niño, sino en los adultos a los que les corresponde protegerlo. Permitir que un menor acceda a artefactos peligrosos es, en sí mismo, una forma de abandono temporal de la responsabilidad parental.
Por esa razón, las sanciones a padres y cuidadores que permitan a sus hijos jugar con pólvora no deben verse como un castigo excesivo, sino como una medida necesaria para frenar una práctica que —a pesar de ser ilegal para menores— continúa ocurriendo a vista de todos. Las multas y procesos sancionatorios deben aplicarse con rigor, no como un gesto simbólico, sino como un mecanismo real de protección infantil y de disuasión social. Es inadmisible que, año tras año, se repitan tragedias que involucran a menores simplemente porque los adultos fallan en su deber de cuidado.
Pasto realiza campañas de prevención cada año. Se distribuyen afiches, se hacen visitas escolares, se difunden mensajes en radio y televisión. ¿Por qué entonces no han dado resultado? La respuesta es compleja, pero apunta a un elemento central: la cultura. Existe una arraigada normalización del uso festivo de la pólvora, una percepción de que “no es tan grave”, de que “siempre se ha hecho” y de que las tragedias les ocurren a otros. Ese pensamiento colectivo neutraliza cualquier esfuerzo institucional y convierte las campañas en ruido de fondo más que en detonantes de cambio.
Por eso, es urgente que la discusión deje de centrarse únicamente en la pedagogía institucional y pase a enfatizar la responsabilidad individual y comunitaria. Ninguna campaña podrá reemplazar la decisión consciente de una familia de no comprar pólvora, de no permitir su manipulación y de denunciar su venta ilegal. La verdadera prevención comienza dentro de los hogares y se fortalece en los barrios, donde los ciudadanos pueden actuar como vigías del bienestar colectivo.
Asimismo, es momento de abandonar la idea de que estas tragedias son simplemente accidentes. La mayoría son consecuencias directas de conductas evitables. Mientras sigamos justificando el uso de pólvora como tradición o entretenimiento, los hospitales seguirán llenándose de quemados cada diciembre, y las autoridades repetirán los mismos comunicados de indignación.
La solución está, en gran parte, en nuestras manos. El llamado es claro: Pasto y Nariño deben dar un paso firme hacia una cultura de cero tolerancia con la pólvora. Basta de excepciones, de permisividad y de minimizar los riesgos. Cada quemado es una prueba dolorosa de que aún no entendemos la gravedad del problema. Que esta Noche de las Velitas, marcada por trece víctimas, sea la última que tengamos que lamentar. Sólo cuando asumamos nuestra responsabilidad colectiva podremos celebrar de manera segura, pacífica y verdaderamente luminosa.

