Por: Christian Benítez Ramírez
Han pasado 5 siglos y 30 años desde que el “Nuevo Mundo” fue “descubierto”, desde aquel entonces y con la llegada de los europeos al continente americano, se empezó a gestar un mundo de divisiones; en donde los sentimientos de superioridad no se hicieron esperar, en donde se abolió por completo la diferencia, en donde se adoctrino, se ajusticio a quienes emprendían rumbos, pensamientos y costumbres contrarias a las europeas.
Todo lo anterior por el simple hecho, de creer que solo existía una manera de vivir y de hacer las cosas, por no aceptar la diferencia, por no establecer una línea de dialogo, sino por imponer a la fuerza un pensamiento totalmente diferente al que existía. ‘Salvajes’, así eran catalogadas las comunidades indígenas que habitaban el continente; y ni que hablar de las comunidades negras, si en su cadena ellas estaban al final.
Tras un largo proceso de revueltas y luchas constantes por lograr abolir la esclavitud y establecer la independencia de las colonias extranjeras que llegaron a un territorio, ya consolidado, con sus propias tradiciones y costumbres, se logró, a medias, pero se logró. Sin embargo, dos simples palabras, pero con una carga enorme, nunca desaparecieron, racismo y clasismo, enemigos que impiden mirarnos como iguales, aunque la ley nos declare iguales.
Estos conceptos por décadas han justificado la guerra, alimentado la violencia, normalizado la discriminación, y han entorpecido los avances, son dos enemigos invisibles, pero también visibles y explícitos, que agreden, violentan y minimizan. Lo peor de todo es que lo hemos normalizado, pero esto no es normal ni aceptable, ese racismo y clasismo histórico que imperan en la actualidad no nos indigna como debería.
Creer que el color de piel, nuestro estatus social, nuestro género, nuestra religión o cualquier otro aspecto personal nos hace superiores es totalmente equivoco, pensar que el otro es el culpable y no yo nos envuelve en ese vaivén de racismo, clasismo y superioridad; cómo es posible que sigamos escuchando ofensas, por cualquiera de nuestras diferencias, como es posible que se sigamos replicando esos paradigmas discriminatorios de la antigüedad.
Estas han sido preguntas que han rondado en mi cabeza los últimos días frente a los ataques inminentes de racismo y clasismo en Colombia y no he logrado tener una respuesta acertada, quizá la más cercana es que le tememos a la diferencia, a salir de nuestra zona de confort, a entender y a comprender al otro como un igual.
Son dudas que cada de uno de nosotros debe resolver, sin embargo, creo que es necesario un inmenso trabajo de cultura ciudadana, de construcción de sociedad desde la diferencia y de reconciliación y perdón con el otro, acciones que parten desde cada uno de nosotros y desde nuestros núcleos más cercanos, por ello mi invitación es que le pongamos fin a el racismo y clasismo desde las pequeñas y cotidianas acciones que realizamos en nuestro diario vivir.

