Cada mañana, en el barrio Anganoy de la ciudad de Pasto, se escucha el murmullo de voces infantiles, risas y canciones que se escapan de una pequeña casa colorida. Allí, entre juegos, cuentos y abrazos, Alicia del Carmen Tulcán abre la puerta de su hogar convertido en escuela: “Mi Casita Encantada”, un espacio que por casi tres décadas ha sido sinónimo de aprendizaje, afecto y esperanza.
“El próximo año cumplo 30 años como madre comunitaria”, dice con una mezcla de orgullo y nostalgia. Su voz refleja serenidad, pero también la fuerza de quien ha dedicado su vida al servicio. En su unidad, no solo se cuida a los niños: se les guía, se acompaña a las familias y se cultiva el desarrollo integral de la infancia. “Mi labor —cuenta— es fortalecer sus habilidades, su pensamiento, su imaginación y su motricidad. Pero sobre todo, su corazón”.
Gestos de paz
Alicia no necesita un aula ni un tablero para enseñar. Su magia está en los gestos cotidianos: una canción para aprender los colores, una sonrisa para calmar el llanto, un abrazo que cura las ausencias.
“Lo que más me gusta es compartir con los niños. Cuando uno tiene dificultades personales, ellos son la mejor medicina. Te abrazan, te sonríen, te preguntan si estás triste… Esos momentos te llenan de fuerza para seguir adelante”, confiesa con los ojos húmedos.
Su historia es también la de miles de mujeres y hombres que, desde sus hogares, construyen el presente y futuro de Colombia.
En todo el país, más de 69.000 madres y padres comunitarios del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) acompañan a más de un millón de niños en la modalidad comunitaria de educación inicial.
En Nariño, esta red está integrada por 1.906 madres y 10 padres comunitarios, quienes, como Alicia, abren sus puertas para recibir a 30.849 niñas y niños que encuentran en estos espacios un entorno seguro, nutritivo y lleno de afecto.
Alicia recuerda sus comienzos: “Cuando empecé solo había hecho segundo de bachillerato, pero las ganas de aprender fueron más fuertes que cualquier dificultad. Terminé el colegio mientras trabajaba como madre comunitaria. Luego estudié dos técnicos: uno en Primera Infancia y otro en Proyectos. Ahora estoy cursando séptimo semestre de Licenciatura en Educación Infantil en la Universidad Santo Tomás”. Su trayectoria demuestra que educar también es una forma de crecer. Cada logro de los niños ha sido también el suyo. Los pequeños que un día aprendieron con ella a tomar un lápiz o a cantar una ronda hoy son jóvenes y adultos que, al verla pasar por el barrio, la saludan con una frase que la llena de orgullo: “¡Ella es mi profe!”.

