Nos enseñaron a optimizar decisiones como si la vida fuera un simulador con guardado automático. Elegir mal se vive como fracaso irreversible, no como parte del proceso.
Pero nadie aprende solo eligiendo bien. Aprendemos cuando la elección no sale como esperábamos y tenemos que reorganizar el mapa mental. El error no es el camino incorrecto; es información costosa.
El problema es que romantizamos las decisiones correctas y ocultamos el caos posterior. Nadie cuenta la parte donde dudó, se arrepintió o improvisó. Solo vemos el resultado final, no el desastre previo.
Elegir mal no te define. Aferrarte a una mala elección por orgullo, sí. La verdadera madurez no está en acertar siempre, sino en saber cuándo corregir rumbo sin convertirlo en drama identitario.
Tomar decisiones implica perder opciones. Eso siempre va a doler un poco. El dolor no es señal de error, es señal de que importaba.
