Aníbal Arevalo

El viaje liviano

Por: Aníbal Arévalo Rosero

La cotidianidad de nuestras vidas nos da muchas enseñanzas; el problema radica en que no sabemos hacer unas lecturas apropiadas, y no aprendemos la lección. Es por ello que a veces tropezamos con la misma piedra. Más grave aun cuando nos hemos habituado a llevar un lastre de problemas, amarguras, odios y sufrimientos; no hemos hecho una catarsis. Igual que las cosas materiales, los problemas del alma también son una pesada carga de la cual debemos liberarnos.

Y es que la especie humana es susceptible de asimilar los mensajes cuando son presentados por patrones formales e informales. En muchas ocasiones dejando de lado principios y creencias. La proliferación de grupos religiosos es un ejemplo muy claro; la gente acude a ellos para liberarse de una carga emocional, sentir paz interior, buscar la solución a los problemas o quizá anticiparse al futuro. En cierto punto está bien hasta donde contribuya a hacer más liviana la vida, pero casos se ha visto en los que se constituyen en una forma de sometimiento cuando se predica el miedo.

Existen expertos en presentarles a las personas un problema ante cada solución. El médico vive gracias a los enfermos, el odontólogo gracias a las caries de los pacientes, el abogado gracias al Código Penal que estipula determinadas conductas como delitos. Si uno entra debería haber una puerta de salida sin que le pongan tantas trabas, o por qué mejor el Estado no promueve la medicina preventiva que sería más económico.

La razón es básica y elemental: nos crean necesidades y un problema ante cada necesidad, y detrás hay una serie de trámites legales y personajes que aparentemente tienen la solución, pero en verdad lo que hacen es ayudar a complicar las cosas. Por eso apelamos a la causa de la vida simple.

La propuesta del fotógrafo norteamericano Spencer Tunick de fotografiar a miles de personas desnudas en diferentes escenarios del mundo, como ocurrió en la plaza de Bolívar de Bogotá, es un ejemplo de la vida simple. Había 6.135 razones para hacerlo, pero todas apuntaban a un deseo de liberarse de manera simbólica de una carga emocional, sentir que somos iguales, manifestación de paz, la solidaridad con sectores de la sociedad que tienen ciertos padecimientos o el deseo de trascender ante un momento histórico.

Pero también, según el propio Spencer, de liberarse de ciertos condicionamientos que se imponen a través de la religión, los falsos moralismos que nos atan al pudor. Es una auténtica expresión de libertad, conociéndose que la colombiana ha sido una sociedad conservadora con un alto grado de vergüenza frente a la desnudez del cuerpo, que juega a esa doble moral de la que nos han acostumbrado. Entiéndase que el ser humano es bello por naturaleza, aun cuando envejece tiene su atractivo propio de la edad; es el seguimiento del proceso natural. Ante la lente de un fotógrafo o el lienzo de un pintor cobra mucha validez el cuerpo a cualquier edad.  

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El ser humano de esta época requiere desatarse del yugo que le imponen ciertos patrones sociales. El primero es liberarse de los modelos impuestos a través de los medios masivos de comunicación que en lugar de dignificar a la persona contribuyen es a narcotizarlo con información enrojecida, como ocurre con un plato de espaguetis con salsa de tomate. La homogeneización viola la dignidad humana.

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Esa conducta consumista nos ha llevado a acumular en nuestras casas cosas que las hemos dejado de usas por años. Ha sido costumbre de nuestras madres hacerse a una linda vajilla que planeaban sacarla de la vitrina el día que lleguen invitados especiales, pero resulta que estos no llegan si no en años, y cuando llegan se los invita a almorzar por fuera. Esto como una clara demostración que cargamos un gran peso innecesario.

Todos somos pasajeros de este mundo, y para ser felices es necesario deshacernos de ataduras, dejar a un lado tantas petacas que cercenan nuestra libertad.