Continuamos con las reflexiones a partir del evangelio dominical. San Lucas nos trae hoy lo que Jesús entiende por amor (6,27-38).
La lección de Jesús nos ayuda a purificar las comprensiones parciales del amor. Los cristianos creemos que el amor viene de Dios, de hecho, Dios es amor y nos creó por amor y capaces del amor.
Jesús no nos pide un amor diferente del que él mismo nos ha revelado y nos dio. Destaco estas tres lecciones:
- Si nos hacen mal: amar
Frente a una sociedad cada vez más agresiva, en la que parece imponerse el milenario proverbio del “ojo por ojo”, Jesús propone que no hay otro camino para cortar las cadenas de interminables odios, enemistades y resentimientos sino la del amor. Él mismo, ante las injusticias y los oprobios más crueles mantuvo irrevocable su opción por no devolver el mal con otro mal.
El camino más fácil es enojarnos cuando nos ofenden, devolver un insulto cuando lo recibimos. Pero eso no es lo que nos enseña Jesús. Recordemos lo que sostuvo a la hermana Gloria Cecilia Narváez durante su secuestro: callar para que Dios nos defienda. No hay nada más cristiano que esto.
- La medida del amor
Otro punto clave es que Jesús nos dice que la medida del amor es un asunto de dignidad. La dignidad que pedimos nos sea reconocida debemos darla también a los demás. Cada persona es otro yo al que le debemos el honor de tratarle con el respeto que esperamos tengan con nosotros.
El papa Francisco en su encíclica sobre la fraternidad y la amistad social da claves sencillas: «de vez en cuando aparece el milagro de una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule […] el cultivo de la amabilidad no es un detalle menor ni una actitud superficial o burguesa».
- Obras son amores
Finalmente, el amor no es algo que se quede solo en palabras bonitas y puras sonrisas. Para Jesús, el amor se traduce en acciones concretas que hacen bien a los demás.
De Jesús se dice que pasó haciendo el bien (Hch 10,38). Nunca siguió de largo ante las necesidades de las personas.
Y ese es el más perfecto modo de amor que los discípulos de Jesús debemos poner en práctica: como el buen samaritano, detenernos ante el sufrimiento de nuestros semejantes y hacer algo por ellos: un buen consejo, comida para el que tiene hambre, vestido para el que no tiene. Las posibilidades son tantas como nos dicten la conciencia y el corazón.
Fortalezcamos nuestra vocación de amar.
Por: Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro

