Juan Carlos Cárdenas Toro

El retrato de Jesús A través de las bienaventuranzas

Este sexto domingo del Tiempo Ordinario, la liturgia trae el sermón de las bienaventuranzas, que en la versión de san Lucas 6,17.20-24 tiene algunas variaciones en relación con aquellas que nos narra Mateo 5.

Lucas presenta 4 bienaventuranzas, confrontadas con 4 desdichas: pobres – ricos; hambrientos – saciados; los que lloran – los que ríen; los odiados – los elogiados.

El papa Francisco define el sermón de la montaña como «el rostro del maestro, que estamos llamados a transparentar en lo cotidiano de nuestras vidas».

Teniendo en cuenta, subrayemos tres rasgos de ese rostro de Jesús que debemos imitar.

 

La mansedumbre de Jesús

El mismo Jesús dijo: «aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus almas» (Mateo 11,29).

De alguna manera, podemos entender esta faceta de Jesús como la disposición a reaccionar siempre pacíficamente ante las adversidades. Hoy impresiona darse cuente cómo ha ganado terreno la intolerancia y la agresividad ante la equivocación de los demás.

El papa Francisco nos dice que «si vivimos tensos, engreídos ante los demás, terminamos cansados y agotados. Pero cuando miramos sus límites y defectos con ternura y mansedumbre, sin sentirnos más que ellos, podemos darles una mano y evitamos desgastar energías en lamentos inútiles» (Exhortación Alégrense y regocíjense, n. 72).

 

El llanto de Jesús

Aquí, llorar se entiende como la capacidad de conmoverse ante el dolor de las personas. Basta recordar la parábola del buen samaritano: Jesús es aquel que no pasa de largo ante el dolor. También cuando se conmueve y llora ante la tumba de Lázaro o cuando siente compasión de aquellos que andan como ovejas sin pastor.

El Santo Padre nos dice que «la persona que ve las cosas como son realmente, se deja traspasar por el dolor… puede atreverse a compartir el sufrimiento ajeno y deja de huir de las situaciones dolorosas» (Exhortación Alégrense y regocíjense, n. 76).

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La insensibilidad, la indiferencia, no es propia de los cristianos: El cristiano se conmueve y se mueve, sale al encuentro del que sufre para ayudarle a levantarse.

 

La sed de justicia de Jesús

Jesús no es un resentido social, pero tampoco es un aliado de quienes arrebatan a los más vulnerables lo que les es propio. El Señor tiene sed de justicia, en primer lugar porque tiene un corazón justo, porque es recto y esto lo compromete con la búsqueda de justicia para los más débiles.

El discípulo de Jesús debe encarnar esta actitud: ocuparse de no permitir que se corrompan la mente, el corazón, las intenciones; y a partir de allí, reconocer el imperativo ético de estar siempre al lado de los más vulnerables.

Por: Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro