A pesar de que el cuento breve en Colombia, según la investigadora y escritora colombiana Nana Rodríguez, «tiene una historia corta y reciente», este género ha trasegado, pese a su conceptuación, para dimensionar en lo proteico formas propias de lectura, que vertebralizan la brevedad en su morosidad, el lenguaje preciso y la tradición narrativa comprimida, suscitando un universo mínimo de múltiples aristas.
Henry González, en su artículo El minicuento en la literatura colombiana, plantea que existen cuatro momentos fundamentales en el proceso creador del minicuento en la literatura colombiana: el primero, fundacional con Suenan timbres del poeta calarqueño Luis Vidales; el segundo, desarrollado entre las décadas del cuarenta y del cincuenta, que puede considerarse como un preámbulo editorial a través de obras y antologías de minicuentos; en la década de los setentas se proyecta un tercer momento, determinado por el auge del minicuento gracias a revistas como Ekuóreo; y un cuarto momento, compuesto por el reconocimiento y la aceptación gracias a los diferentes canales de divulgación.
«El minicuento colombiano, es una serpiente que se muerde y se remuerde la cola. Su misma circularidad socava y conmueve, desnuda las fronteras, deviene una obra abierta que acecha la paradoja».
En esa perspectiva, y en términos generales, el minicuento es mutable y contemporáneo. El minicuento colombiano, en términos singulares, es una serpiente que se muerde y se remuerde la cola. Su misma circularidad socava y conmueve, desnuda las fronteras, deviene una obra abierta que acecha la paradoja. En su profunda indagación, desmitifica el canon literario para ser el lugar de la fragmentariedad y de lo transgresor. Su naturaleza saprofita abisma lo ficcional y ausenta al narrador. Ahí subyace una estética de lo postmoderno que no sólo es una forma de escribir sino también de leer. La economía de recursos es el principio constructivo de la materia narrativa de la brevedad, en donde la poda léxica y sintagmática no demerita la técnica del cuento, más bien, reafirma la unidad de efecto planteada por Edgar Allan Poe.
El minicuento en Colombia tiene una base poética heredera de una tradición que, en muchos casos literarios, se ha direccionado por la potenciación semántica. En su misma apertura, reconfigura la virtualidad narrativa. Por eso, el tener lugar del minicuento colombiano constituye su identidad y su proceso de intensificación, que delinean un microcosmos fortalecido por el lenguaje (su casa elástica), en el que acontece la ruptura. Actualmente, la escena literaria colombiana sigue una plena búsqueda del espíritu experimental del minicuento y no deja de tributarle al cuento moderno su orientación autorreflexiva.
Si nos enfocamos en un principio del minicuento colombiano, tendremos que hacer un recorrido epocal por movimientos literarios que, en términos de herencia, han sido la impronta disruptiva entre lo real, el realismo mágico, la violencia, la ciudad, la metatextualidad, etc. Así, lo que se opera en la actualidad es una puesta en abismo de lo que lo breve, a flor desde lo narrativo, despunta como secreto y como enigma e ironía.
Por: Jonathan Alexander España Eraso

