El juego también se aprende: una invitación al buen jugar en Carnaval

Si usted, yo o cualquiera de nosotros pastusos, nariñenses o visitantes no ha sido alguna vez víctima del famoso talco en los ojos, en la boca o, peor aún, sobre la comida, entonces no ha vivido del todo el Carnaval. Esa escena, repetida año tras año, suele dejar a más de uno con la vista nublada, la garganta seca, buscando agua con desesperación mientras, paradójicamente, el juego continúa sin pausa y sin consideración.

Ese momento incómodo, que muchos recordamos con más fastidio que alegría, es el punto de partida para una reflexión necesaria: el Carnaval de Negros y Blancos es juego, sí, pero también es cultura, patrimonio y encuentro. Y como todo lo que es valioso, exige límites, respeto y conciencia.
En ese sentido, el llamado al “buen jugar” que viene promoviendo CorpoCarnaval no es un capricho ni una exageración. Es una invitación oportuna a entender que el juego hace parte del patrimonio cultural inmaterial de la humanidad, pero que su esencia no está en el abuso, la burla ni la agresión al otro. Jugar no puede convertirse en una excusa para incomodar, humillar o afectar físicamente a quien participa o simplemente transita por la fiesta.

No hay nada festivo en ver a una persona con los ojos irritados, incapaz de mirar con normalidad. Tampoco hay gracia en arruinarle la comida a alguien, en aprovechar que otro habla para lanzarle talco a la boca o en convertir el cabello ajeno en blanco sin consentimiento. Mucho menos en reírse de quien, por segundos o minutos, queda vulnerable en medio del tumulto.

El Carnaval es, ante todo, un acto colectivo. Se construye desde la complicidad, el afecto y el reconocimiento del otro. Jugar con respeto, con altura y con dignidad no le quita alegría a la fiesta; por el contrario, la engrandece. Le devuelve su sentido original: el de un encuentro donde todos, locales y turistas, se sientan bienvenidos y seguros.

La cultura no se impone, se aprende y se practica. Y el buen jugar es, hoy más que nunca, una lección pendiente. Entender que el límite del juego es el bienestar del otro es quizás la forma más auténtica de honrar el Carnaval, de cuidarlo y de proyectarlo como lo que es: una celebración donde la alegría no necesita atropellar para existir.