Bernardo* luego de terminar su trabajo en inmediaciones del Batallón Boyacá de Pasto, se dirigía a su casa, situada en inmediaciones del Parque Bolívar, en inmediaciones del Hospital Departamental.
Eran cerca de las 8:00 de la noche y como la distancia era corta, iba como siempre a pie, en un recorrido en que, por esos días, no solía encontrarse con mucha gente.
Pero esa vez, las cosas iban a ser diferentes, puesto que, en eso, alcanzó a divisar a un hombre, que venía frente a él, más o menos a una distancia de media cuadra. Con quienes Bernardo compartió esta historia les contó que lo primero que le llamó la atención de la persona con la que se iba a cruzar, fue que le pareció que era un hombre demasiado alto y flaco, vestido con un saco negro y un pantalón del mismo color.
“Cuando el hombre pasó a mi lado, me di cuenta que trató como de bajar la cabeza, lo que llenó de curiosidad, por lo que lo miré de frente a la cara. ¡Pero lo que vi no era ninguna cara, era una espantosa calavera, donde en el lugar donde debían estar los ojos, brotaban como llamas de color rojo!, contó Bernardo.
“Sentí que el cabello se me erizaba y tuve la sensación de que me iba a desmayar, pero pude aguantar de pie. Lo que si sufrí fue una total descomposición del estómago por lo que comencé a correr hacia la casa, donde mi esposa al verme me dijo que estaba pálido como un muerto. Ya lavado y un poco repuesto del susto, le conté lo que me había pasado y le aseguré que no se trató de ninguna alucinación y como sabía que yo no era asustadizo, me creyó.”
Bernardo dice que nunca en su vida, volvió a pasar por ese lugar, Preferí para ir a mi casa, pasarme a la acera de enfrente, pero no puedo negar que cada vez que veía que alguna persona se iba a cruzar conmigo, apresuraba el paso y ni por equivocación, le miraba la cara, por lo que puedo decir que ese macabro encuentro marcó mi vida. Nunca supe que había sido eso y solo le conté lo que me había pasado a mi esposa y algunos amigos de confianza que sabía no se iban a burlar de mí.