El modelo como todo lo que se supone en este país bueno, bonito y sabroso, es importado y por lo tanto igual a la ropa que traen de esos lares se tuvo que adaptar para que se ajustara a la talla de los colombianos, por lo que de lejos apenas se estrenó lo que debía de parecer propio se notó porque, como decían los de antaño, de lejos se pudo ver que el muerto había sido mucho más grande. Pero ya hecha la prueba y aceptado que con ese defectico por ahí y esta costurita de más por acá bien se podía salir, con disimulo y falso orgullo, a decir que se contaba con el privilegio de pertenecer al selecto grupo de los que pueden disfrutar de lo mejor, aunque al correr los zapatos denoten la pequeñez de los pies que los llevan y a mitad de camino se tenga que agarrar los calzones con ambas manos.
No obstante, al final, con todo eso, como buen burgués emergente, aún se insiste en que tenerlo es un acierto y si algo no cuadra se debe a que quien se lo pone nunca tendrá la talla propia de los países desarrollados. Por lo que no se puede exigir ni reprochar nada y si agradecer, cuando menos, el poder contar con algo de tanta calidad, así se tenga entonces que comenzar a tratar de que el depositario del modelo se parezca al original propietario. Intento por demás fallido todas las veces que se haga y perverso si el muerto al que hay que semejarse es monstruoso.
Por todo esto causa escalofrío el discurso de los tecnócratas en defensa del modelo económico vigente desde hace 30 años, cuando se comenzó a refundar un Estado cuya administración garantice que el llamado empresariado comience a apropiarse de sus rentas, para terminar pidiéndoles a los más ricos del país los recursos necesarios para que el Estado funcione y ellos en su avaricia calculen el monto que pueden prestarle más los intereses que deben de ganar por el favor.
Este modelo económico que supuestamente pondría a salvo las rentas del Estado además de crecer, para así beneficiar al pueblo que trabaja y aporta para la existencia de esas rentas, nunca mostró esos resultados y si ha logrado que la brecha entre ricos y pobres se agrande, mientras los ricos son menos y los pobres más, muchos más. Si este modelo en los Estados Unidos hoy se ve como el mayor de los fracasos económicos, con evidentes razones se debe decir lo mismo por estos lados.
Porque no es una afirmación antiimperialista en boca de cualquier militante de la izquierda de este o ese país tercermundista. No, es el resultado del estudio realizado por el premio Nobel de economía del 2015 en conjunto con Anne Case, profesora emérita de economía y asuntos públicos de la universidad de Princeton. Investigación que hoy muestra que las perspectivas de los estadounidenses con menos formación son cada vez peores y que estos suman cada día más. Resultado de una economía que comenzó a concentrarse en la década de los 80, inicio de la era neoliberal, en las pocas manos de los más ricos, para los cuales en el ámbito de la política se buscó fortalecerlos con unas leyes que no solo los protegiera de las cargas tributarias, sino que les brindaran cada vez más y mejores privilegios.
No por razones diferentes estos potentados a través de sus compañías se convirtieron en los mayores aportantes a las campañas electorales para luego ser los contratistas de todas las grandes obras y los más jugosos negocios en los que el Estado aporta el capital producto del trabajo de los ciudadanos cada vez más explotados y con menos esperanzas.
Por: Ricardo Sarasty.

