El cuento atómico es invitación a leerse a sí mismo en la página en blanco.
Por consiguiente, un reto de lectura y escritura para observar la mente en blanco y percibir,
desde aquí, otras voces del drama, niveles subterráneos de la interpretación,
nuevas facetas del signo bajo diferentes perspectivas de la historia relatada.
Umberto Senegal
Pensar en qué es el cuento atómico desde el mismo acto de escribir es dejarse llevar por el movimiento cifrado de lo que se interroga. En esa dimensión, se busca un espacio que da lugar a lo breve.
No se trata ni de una separación ni de la manifestación de una realidad desvinculada, más bien de un aparecer de las palabras y de una apertura al interior de estas para percibir lo que se esconde en su esencia. Este gesto involucra, de un lado, la aparición de un hecho literario que, en estado suspendido, precede a lo comprimido; y del otro, la posibilidad de ver brotar en ese fulgor el sentido de creación de lo miniaturizante. En proceso, el cuento atómico inventa una nueva subjetividad que se tensa en los límites de lo narrativo, revelándose como acontecimiento, a la vez, que se desplaza y resignifica.
Todo se concreta en un movimiento de manos, en volver los dedos hacia aquello que se persigue en el teclear y aún está en un exterior recuperable: la llegada de lo breve. El cuento atómico se convierte en una «experiencia de los límites».
«La página es memoria, la creación de una cadena de recuerdos que convergen: hay una sobrecarga de sentido en el blanco de la página. En el punto de superlativa tensión con el sentido».
La página es memoria, la creación de una cadena de recuerdos que convergen: hay una sobrecarga de sentido en el blanco de la página. En el punto de superlativa tensión con el sentido, en la verdad del estallido, es donde se produce lo breve.
El cuento atómico no pertenece a la página, sino que a ésta le sobrevive o llega. Palabra secreta que se sustrae a la palabra escrita o que se está escribiendo-re-leyendo. Así, lo atómico remite a la soledad y a la puesta en abismo de la narrativa misma.
Hay que señalar el hecho de que el destino del cuento atómico es el de manifestarse. El lenguaje se convierte en espacio y lugar de la manifestación. El origen hacia el que tiende la escritura atómica tiene una profundización aclaradora: el despertar de la concisión.
El sitial es el margen de la página, que surge porque la palabra retrocede en virtud del suceso que ella deja. Por eso, el cuento atómico no se oye o se lee: nutre. Y no es que el autor escriba y el lector lea un atómico, es que ambos lo habitan iluminados. Resulta en gran medida una revelación inconmensurable. No se puede comunicar una experiencia, se puede invitar a otro a tenerla. De ahí la grandeza de este tipo de escritura, su eficacia, que permite alojar y albergar lo que la rebasa y desborda: la misma página escrita.
Por: Jonathan Alexander España Eraso

