En debates públicos, en sesiones parlamentarias, en medios de comunicación, diversas personas afirman que el aborto debe ser considerado “un derecho” y que debería ser permitido el libro acceso al mismo, sin ninguna restricción.
Presentar el aborto como “derecho” implica considerarlo como algo bueno y justo, pues solo se considera derecho todo lo que permita realizar acciones orientadas a obtener algún beneficio justo en la vida de los seres humanos.
Según este modo de pensar, cada vez que una nación o u estado legaliza el aborto, se implementa un derecho para la gente. Al contrario, cuando una nación, un estado, o unos jueces, limitan o prohíben el aborto, irían contra ese derecho.
Este modo de pensar y de hablar es engañoso, porque presenta el aborto como algo justo y bueno, cuando en realidad se trata de algo injusto y dañino.
Esto se hace evidente cuando comprendemos y miramos al aborto provocado como lo que realmente es: Un acto que destruye la vida de un ser humano en sus momentos iniciales, antes del parto.
Por lo mismo, cuando se dice que una ley va a limitar el “derecho al aborto”, se está incurriendo en un abuso del lenguaje. Porque no existe, según un modo correcto de entender las leyes, ningún derecho al aborto.
Además, y este punto resulta clave, prohibir el aborto no es ir contra un derecho, sino todo lo contrario: Busca defender un derecho fundamental que estaría vulnerado, el “derecho a la vida”, allí donde el aborto estuviera legalizado.
El esfuerzo por erradicar el aborto, practicado ilegalmente o “legalmente”, es entonces un esfuerzo sano a favor del derecho básico que permite el primer paso para que exista justicia: La defensa de la vida y la integridad física de cada ser humano.
Es un gran engaño, entonces, decir que ir contra el aborto es ir contra un derecho de las mujeres. Al contrario, ir contra el aborto significa luchar contra una de las mayores injusticias, la que permite asesinar a los hijos en el seno de sus madres.
Luchar contra esa injusticia, desde luego, implica promover acciones y esfuerzos para que toda mujer, en situaciones de embarazo difícil, reciba las ayudas necesarias, y para que cada hijo nacido cuente con las medidas sanitarias, sociales y económicas, que le permitan desarrollarse adecuadamente en su existencia como miembro de la gran familia humana.
Decidir abortar es optar por quitar la vida a un hijo ya concebido, y eso sobrepasa con mucho las posibles decisiones sobre el propio cuerpo, sobre la salud de la madre o sobre la elección de la maternidad. Es una decisión sobre un hijo indefenso y totalmente dependiente de quien lo lleva en su seno. Es, según el Concilio Vaticano II, un crimen abominable, “un acto intrínsecamente malo que viola muy gravemente la dignidad de un ser humano inocente, quitándole la vida. Asimismo, hiere gravemente la dignidad de quienes lo cometen, dejando profundos traumas psicológicos y morales”.
Por: Narciso Obando López, Pbro.

