Monseñor Juan Carlos Cardenas

Hacer el bien nos lleva a Dios

Por: Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro.

El evangelista Lucas nos ofrece hoy la parábola tradicionalmente conocida como la del rico epulón y el pobre Lázaro (16,19-31). Dos historias diferentes de vida con desenlaces igualmente distintos.

De tantas enseñanzas que podemos concluir de este relato, destaco estas:

1. No olvidarse de los pobres

Los dos personajes tienen una vida muy diferente. Uno en miseria que lo lleva a la mendicidad. Otro en la opulencia. Al morir el destino del rico se debe a su indiferencia ante los pobres. La abundancia lo hizo olvidarse que tenía a su puerta personas necesitadas.

Esto nos invita a aprovechar el cuarto de hora de nuestro paso por este mundo, pues al final solo llevaremos a Dios el bien que hayamos hecho a los demás.

2. No se trata del dilema ricos o pobres

No nos engañemos. El pobre no fue al cielo por su pobreza ni el rico se condenó por su riqueza. Podemos ser pobres pero orgullosos, problemáticos, rencorosos. Y se puede tener riqueza y sin ser insensibles al sufrimiento de los demás.

El destino de los personajes se debió a la actitud con la que asumieron su existencia. El pobre no renegó de Dios; no se volvió un resentido. Su corazón se mantuvo bondadoso y conectado con Dios. Para el rico sus posesiones eran todo. No le importaban ni Dios ni sus semejantes.

San Pablo dice que “para los que aman a Dios todo les sirve para el bien”. Aprendamos a vivir en abundancia y en escasez, convencidos de que el único que debe ser siempre nuestra luz es Dios. Él nos lleva hacia los necesitados y nos compromete con ellos. Para hacer el bien no necesitamos dinero sino voluntad.

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3. Iluminados por la Palabra de Dios

Este mes está dedicado a la Sagrada Escritura. Es un tiempo para tomar consciencia de que necesitamos beber siempre de esa preciosa fuente.

En el pasaje evangélico de hoy, el rico pide a Abraham que permita al pobre Lázaro regresar para advertir a los suyos que deben cambiar de actitud en sus vidas, a lo cual el patriarca le dice que tiene a Moisés y a los profetas. Esta respuesta evoca el precioso salmo 118: «Lámpara es tu palabra Señor, para mis pasos, luz en mi camino».

Acerquémonos a la Biblia, empezando por los evangelios y demás libros del Nuevo Testamento. No los leamos como una novela o un libro de historia. Abrámosla como creyentes, seguros de escuchar a Dios. Leámosla en espíritu de comunión con la Iglesia. Si nos quedan preguntas, consultemos un sacerdote. Así, la Biblia será brújula que nos lleve al encuentro definitivo con Dios cuando crucemos el umbral definitivo.