Cada 1 de septiembre se conmemora el Día Mundial de la Dactiloscopía, una fecha que rinde homenaje a una de las disciplinas más importantes en el ámbito forense: el estudio de las huellas digitales. Esta técnica ha permitido identificar a millones de personas en todo el mundo, resolver crímenes, fortalecer el control migratorio y construir registros civiles confiables.
La dactiloscopía se basa en el análisis de las impresiones digitales, únicas e irrepetibles en cada ser humano. Incluso los gemelos idénticos presentan diferencias. Las crestas y surcos de la piel en los dedos forman patrones que se clasifican en tres grandes grupos: arcos, presillas y verticilos. Estos patrones, junto con puntos específicos llamados minucias, permiten una identificación precisa y permanente.
El pionero detrás de la huella
La fecha fue elegida en honor a Juan Vucetich, un croata nacionalizado argentino que en 1891 desarrolló el primer sistema oficial de identificación por huellas digitales. Inspirado por una conferencia del científico Francis Galton, Vucetich creó una clasificación en cuatro grupos: arcos, presillas internas, presillas externas y verticilos.
Su método fue puesto a prueba en 1892, cuando la policía de Buenos Aires logró resolver el caso de Francisca Rojas, una mujer que había asesinado a sus hijos e intentado culpar a su esposo. Una huella ensangrentada del pulgar fue la clave para descubrir la verdad. El caso marcó un antes y un después en la historia de la criminalística.
Más allá de la ficción
Aunque hoy la recolección de huellas parece una escena común en series como CSI, su aplicación real sigue siendo fundamental. Basta una superficie, polvo adherente y cinta transparente para capturar una impresión que puede cambiar el rumbo de una investigación.
La dactiloscopía no solo es ciencia: es memoria, justicia y precisión. En este Día Mundial, se reconoce el valor de una técnica que, desde hace más de un siglo, sigue dejando huella en la historia.