RICARDO SARASTY

El día de la dignidad

El primero de mayo desde 1889 ha sido el día en el que el movimiento obrero sale a las calles a glorificar sus luchas por la dignidad, en recuerdo de los martirizados trabajadores de Chicago quienes ofrendaron sus vidas en nombre de justas reivindicaciones.

Exigencias consideradas entonces, igual que ahora, ataques en contra de la clase empresarial aliada de los gobernantes, por no decir la que gobernaba y ha gobernado en favor de sus solos intereses. En la literatura que da cuenta de lo sucedido allá en esa ciudad de los Estados Unidos de Norte América, se les pone a los cobardemente ajusticiados por haberse revelado en contra del abuso de los patrones, el nombre de anarquistas. Palabra que luego se satanizaría con el significado errado que lleva a pensar en el desorden e incluso a usarse como sinónimo de violencia.

Solo que en el caso de los obreros llevados al cadalso después de las protestas lideradas por ellos, el vocablo anarquía se aplicó con su significado propio, autonomía, libertad, independencia de criterio, pensar con razón propia.

Acciones que para el amo no se deben de permitir en aquellos que están bajo su dominio, físico, intelectual y espiritual. Pues para entender este proceder del burgués y el terrateniente se debe de recordar cómo se ha enajenado y enajena la voluntad de la servidumbre mediante el adoctrinamiento, hablando en el nombre de Dios para infundir miedo, instaurar y asegurar los regímenes autoritarios en los cuales las leyes solo se crean para justificar la explotación desmedida y la miseria como parte de la naturaleza.

Los primeros de mayo desde hace mas de dos siglos no permiten sino recordar que la clase obrera es tan autónoma e independiente como la empresarial y gobernante. Que si se han de crear leyes en los que se involucre su dignidad han de ser para engrandecerla y no menoscabarla en nombre del gran capital. Ahora quizá con más claro fundamento puesto que se ha convertido la economía en el motivo de todo quehacer desvalorando al ser humano.

Como si no existieran los antecedentes que condujeron al levantamiento de los obreros para reclamar por reivindicadores en favor de sus derechos. Las protestas de aquel primero de mayo de 1886 en las cuales la vida fue el precio más alto que hubo de pagarse por llamar a pensar en corregir y volver a colocar la economía al servicio de los humanos y así mismo propender por acciones sociales que eviten el que los humanos regresen al servicio de ella. Propósito en nada contra de ningún Dios, tal como en su momento lo recordó en la encíclica Laboren Exercens el Papa Juan Pablo II máximo representante de la iglesia católica, que en su doctrina agrada siempre ha considerado al trabajo una dimensión fundamental de la existencia del hombre en la tierra, por lo que no puede subvalorarse hasta reducirlo a solo instrumento y con el al ser que lo realiza.

Así lo constatan igualmente las encíclicas escritas y difundidas entre su feligresía por los Pontífices Pio XI, León XIII, Juan XXIII, Pablo VI hasta el actual, Papa Francisco.

El primero de mayo pone de presente que el siglo XX se inauguró con el desarrollo científico, tecnológico y técnico tan grande que entronizó a la gran industria y el comercio. La revolución industrial iniciada años atrás convirtió el trabajo en actividad fabril que somete a hombres y mujeres al cumplimiento de cuotas de producción a cambio de su sobrevivencia.

A no pocos años de haberse abolido la esclavitud por ser un modo repugnante de producción, vuelve y juega en el escenario moderno el sometimiento, esta vez sin cadenas y látigos, para el avasallamiento, contrario a la dignidad, el amo utiliza las necesidades de sus empleados. ricardosarasty32@hotmail.com