Despacio se llega lejos

Enrique A. Gutiérrez T., S.J

Muchas veces he oído esta expresión, no solo en castellano sino también en italiano “piano, piano si va lontano ma si va siccuro”. Creo que es una frase de esas que nos enseña para la vida. Contrastándola con el texto del evangelio de este domingo, veo que hay varias coincidencias. No exactamente dichas de la misma manera, pero las hay. Analicemos y veremos todo lo que nos puede enseñar ese sencillo refrán.

Los discípulos que seguían a Jesús, no caían en la cuenta de lo que estaba sucediendo, consideraban que las cosas se podían solucionar de manera violenta como cuando le dicen “¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo para que acabe con ellos?”. Nos dice el texto que “Jesús los reprendió”.

Más aún, el seguimiento de Jesús ha de ser radical e incondicional. No se puede andar con medias tintas, nos exige la totalidad en la entrega sin condiciones. No podemos pensar quedarnos con lo que tenemos y adquirir lo que nos ofrece Jesús. Es un seguimiento en el cual se juega todo, aun la vida misma, porque se trata de darse por completo. Esto, el mundo moderno en el cual vivimos no lo valora de manera adecuada. Estamos muy enseñados a no cumplir las promesas, a romper los compromisos, a hacer que la palabra empeñada no se cumpla. Todo esto lleva a situaciones en las cuales no es fácil saber con quien se está o con quien se cuenta.

El camino del seguimiento de Jesús, como él nos lo presenta este domingo, es un camino de no volver la vista atrás para pensar en lo que se ha dejado, es una invitación para desprenderse afectivamente de todo aquello que nos ata el corazón, de saber cortar las ataduras a personas, lugares, situaciones o cosas. Es un sí incondicional.

Esto no se improvisa, no se hace a la carrera. Son decisiones que comprometen hasta lo más profundo, son caminos que se deben recorrer despacio para llegar a la meta. Es hacer realidad lo de otro adagio “no por mucho madrugar el sol sale más temprano”, o aquel otro de Napoleón “vístanme despacio que estoy de prisa”. Cuando somos jóvenes no tenemos la paciencia para saber esperar, todo lo queremos inmediatamente, hecho a la carrera, sacrificando muchas veces la calidad de lo que hacemos o debemos hacer.

Vale la pena tomarnos tiempo para hacer las cosas, para pensar con cuidado lo que nos proponemos, para trazarnos metas, para analizar las consecuencias a corto, mediano y largo plazo de las decisiones tomadas o por tomar. Solo así, cuando asumimos los compromisos podemos saber qué tan bien preparados estamos para asumirlos, qué nos va exigir en cada momento y circunstancia el compromiso que asumamos, para que cuando digamos sí, sea en una forma consciente, incondicional y radical en cuanto de nosotros depende. Ayer como hoy, podemos decir que es razonable aquello de “despacio se llega lejos”.

Por: Enrique A. Gutiérrez T., S.J.

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