Debatir o descalificar

Como es de conocimiento general, los colombianos estamos presenciando manifestaciones a favor y en contra de quienes guían los destinos de nuestro país.
P. Narciso Obando

Como es de conocimiento general, los colombianos estamos presenciando manifestaciones a favor y en contra de quienes guían los destinos de nuestro país y desafortunadamente como de costumbre las “confrontaciones” entre los contendientes se hacen cada vez más fuertes y polarizadas.

Sin embargo, lo que lamentablemente más resalta son las descalificaciones e improperios entre gobernantes y opositores. Más que debatir sobre las diferentes opciones para mejorar el país, se ventilan datos, ciertos, falsos o mal interpretados, incluso sobre la vida privada, para sembrar desconfianza entre unos y otros.

Eso rebaja la calidad de los debates, pues parecen más un ring de peleas y un campo de batalla, en que se intenta derrotar a los otros; es poca la discusión sobre la conveniencia o factibilidad de una propuesta.

Siempre es necesaria una sana discusión sobre las distintas opciones para el país; pero se degrada cuando todos los días desde la mañana hasta la noche se ofende a quien no está de acuerdo con una forma de gobernar; cuando se pontifica sobre todos los asuntos, como si se tuviera toda la verdad sobre la realidad que se vive y como si una sola fuera la mejor solución a los problemas y necesidades reales.

Abusando del poder que se tiene, se insulta y se descalifica a quienes tienen otra forma de ver las cosas. Esto degrada la política; ya no es un diálogo respetuoso para encontrar juntos la mejor opción, sino una autodefensa con ofensas a los demás. Eso no es inteligencia, menos sabiduría, sino sólo astucia demagógica y prepotencia. Hace falta un diálogo respetuoso entre las distintas visiones de país, no los pleitos viscerales que a veces vemos también entre los legisladores.

Parece ser que la mejor manera de dominar y de avanzar sin límites es sembrar la desesperanza y suscitar la desconfianza constante, aun disfrazada detrás de la defensa de algunos valores. Hoy en nuestro país se utiliza el mecanismo político de exasperar, exacerbar y polarizar.

Por diversos caminos se niega a otros el derecho a existir y a opinar, y para ello se acude a la estrategia de ridiculizarlos, sospechar de ellos, cercarlos. No se recoge su parte de verdad, sus valores, y de este modo la sociedad se empobrece y se reduce a la prepotencia del más fuerte.

La política ya no es así una discusión sana sobre proyectos a largo plazo para el desarrollo de todos y el bien común, sino sólo recetas inmediatistas de marketing que encuentran en la destrucción del otro el recurso más eficaz. En este juego mezquino de las descalificaciones, el debate es manipulado hacia el estado permanente de cuestionamiento y confrontación.

En esta pugna de intereses que nos enfrenta a todos contra todos, donde vencer pasa a ser sinónimo de destruir, ¿cómo es posible levantar la cabeza para reconocer al vecino o para ponerse al lado del que está caído en el camino? Aumentan las distancias entre nosotros, y la marcha dura y lenta hacia un país unido, más justo y con esperanzas de progreso, sufre un nuevo y drástico retroceso.

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