Padre Narciso

Vivamos la cuaresma de la mano de María

La Cuaresma es un tiempo de gracia y conversión, en el que nos preparamos para celebrar el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Es también una oportunidad para renovar nuestra fe y nuestro compromiso cristiano, siguiendo el ejemplo de María, la Madre de Dios, que nos acompaña y nos guía en este camino.

María es la Madre de Dios, porque dio a luz al Hijo de Dios hecho hombre. Esta es una verdad fundamental de nuestra fe. María es también nuestra Madre, porque nos ha sido dada por Jesús en la cruz. Desde entonces, María nos acoge como hijos suyos y nos cuida con amor maternal.

María es la mujer de la esperanza, porque confió plenamente en la palabra de Dios y en su plan de salvación. Ella acompañó a Jesús en su vida pública, compartiendo sus alegrías y sus dolores. Ella estuvo al pie de la cruz, sufriendo con su Hijo y ofreciéndolo al Padre. Ella esperó con los apóstoles la venida del Espíritu Santo, que la llenó de gracia y de fortaleza. Ella nos enseña a esperar, a creer en el poder de Dios que actúa en la historia y a confiar en su misericordia que nos perdona y nos salva.

María es la madre de los que sufren, porque conoce el dolor y la angustia de ver a su Hijo crucificado. Ella es la consoladora de los afligidos, que intercede por nosotros ante su Hijo y nos asiste con su compasión. Ella es la madre de los pobres, de los enfermos, de los perseguidos, de los marginados, de los que no tienen paz.

María es la discípula fiel, porque escuchó la palabra de Dios y la guardó en su corazón. Ella meditaba todo lo que acontecía en su vida y en la de su Hijo, buscando comprender el sentido de la voluntad divina. Ella siguió a Jesús hasta el final, sin abandonarlo ni negarlo. Ella fue la primera en recibir el Evangelio y la primera en anunciarlo. Ella nos enseña a ser discípulos de Cristo, a escuchar su palabra, a cumplir su voluntad, a seguir sus pasos y a anunciar su mensaje.

María es el modelo de santidad, porque fue concebida sin pecado original y vivió siempre en gracia y en comunión con Dios. Ella fue la llena de gracia, la agraciada por Dios, la que halló gracia ante sus ojos. Ella fue la inmaculada, la sin mancha, la toda santa. Ella fue la que cooperó con Dios en la obra de la redención, ofreciendo su vida y su maternidad al servicio del plan divino. Ella fue la que fue ascendida al cielo en cuerpo y alma, coronada como reina y señora de toda la creación. Ella nos enseña a ser santos, a vivir en gracia y en amor, a cooperar con Dios en su proyecto de salvación, a aspirar a la gloria celestial y a venerarla como nuestra reina y madre.

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María es la estrella de la nueva evangelización, porque nos muestra el camino para anunciar a Cristo al mundo de hoy. Ella nos invita a acoger el Evangelio con fe y alegría, a vivirlo con coherencia y testimonio, a compartirlo con audacia y creatividad, a dialogar con respeto y caridad, a servir con humildad y generosidad. Ella nos anima a ser misioneros, a salir al encuentro de los que no conocen a Cristo o se han alejado de él, a ofrecerles la buena noticia de su amor y de su salvación.

La Cuaresma es un tiempo propicio para vivir con María, la Madre de Dios, una experiencia de conversión y de renovación espiritual. Ella nos ayuda a preparar nuestro corazón para celebrar el misterio pascual de su Hijo, que nos ha amado hasta el extremo y nos ha dado la vida eterna. Ella nos muestra el camino de la fe, de la esperanza, del amor, de la santidad y de la misión.