Mauricio Muñoz

Cuando un amigo se va

El maestro Alberto Cortez en una de sus más hermosas canciones escribe “Cuando un amigo se va, se queda un árbol caído, que ya no vuelve a brotar, porque el viento lo ha vencido”.

Ante la muerte de un ser querido el dolor se apodera de todos los familiares, la visión se hace confusa, los momentos se vuelven difusos, extraños al normal devenir de la vida y es normal, puesto que nos enfrentamos ante una realidad siempre presente, pero desconocida en su totalidad.

Días atrás falleció mi tío Edgar Adalberto Mazuera Delgado. Para un buen número de personas que leerán estas líneas este nombre les sonará familiar, y es porque consagró su vida a la formación de generaciones como docente del Centro de Integración Popular en Pasto. Además, fue un consumado jugador de fútbol. A ‘Mazuerita’, como le decían algunos de sus compañeros en el rectángulo de juego, lo recordarán porque a pesar de su baja estatura era de esos jugadores que la tierra no volverá a parir, el que con abrir los brazos se convertía en un oso al defender, y al recuperar el esférico, tenía el toque delicado para dejar al delantero de frente al arco.

No me lleva a escribir estas líneas un sentimentalismo trasnochado, sino esas palabras y situaciones, que en medio del apremio de la dolorosa experiencia, puedo rememorar.

Un hombre se acercó al féretro el día de la velación y musitó una frase corta pero diciente “adiós profe”. No puedo dejar esta frase en el anonimato, puesto que no solo resume el cariño que se siente por una persona. Las palabras van más allá. Son la muestra inequívoca de la marca que una persona, cuando hace su trabajo con entrega y vocación, deja en sus estudiantes. Años y años de labor docente le permitieron a Edgar sembrar en sus estudiantes no solo teorías, ideas, significados o propuestas. Además, en cada uno de ellos señaló un camino, forjó los anhelos que los niños iban a hacer realidad cuando fuesen hombres y mujeres, moldeó como el alfarero versado con la arcilla, un odre nuevo para una vida nueva.

A pesar de su frágil salud nunca se relegó, por el contrario, en los últimos años de vida sumó un nuevo amor, su equipo de fútbol llamado “Amistad”.

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 Así era él, un hombre que se sentía vital en medio de los amigos, en medio del fútbol. Con su chaqueta del Deportivo Pasto él se sentía feliz, ahora entiendo de dónde me viene la vena de emprender, de construir, de asumir, de liderar, de formar y forjar.

Amante de la buena música, las melodías no faltaron en medio de la despedida. A lo lejos se oyó la frase “Solito he de sufrir, solito he de llorar, solito yo me tengo que acabar. ¡Pobre de mí!”, parte de la letra de ‘Me duele el corazón’, del Ruiseñor de América Julio Jaramillo, llenó la fría sala en donde nos encontramos.

Déjame decirte Ruiseñor que mi tío no murió solo, estuvo rodeado de su hija, de su esposa, de sus hermanas y hermanos, de sus amigos y vecinos.

El balón debe descansar Edgar, así como tú debes hacerlo. Hasta el último momento tus manos fuertes se aferraban a la vida, pero ya el Altísimo te requería. Tu familia y amigos perpetuarán tu legado. Y es que, tío, nunca muere el que no teme morir, nunca muere el que amó vivir. Hasta pronto.

Por Mauricio Fernando Muñoz Mazuera