Carlos Álvarez.

Crisis migratoria

En estos días hemos visto con alarma la aglomeración de migrantes provenientes de los más variados países que buscan un bote que los lleve a Panamá para continuar hacia los Estados Unidos. Originarios de India, Bangladés, Pakistán, Congo, Eritrea, Burkina Faso, Ghana y del Caribe incluida Cuba, se han ido acumulando en las playas y en las polvorientas calles. Hasta 2016 la mayoría eran asiáticos o africanos, ahora predominan los haitianos y cubanos muchos de ellos con segunda migración desde Chile y Brasil hasta que la situación económica los obligó a emprender de nuevo otra migración hacia el norte.

Según datos de la ONU más de 24.000 personas cruzaron las 575.000 hectáreas del Tapón del Darién en el año 2019. La travesía en una locura si se tiene en cuenta que es la selva más tupida de América con todos los peligros imaginables: ríos donde varios se ahogan, mosquitos, serpientes humedad y como si fuera poco quedan a merced de grupos de la delincuencia organizada que abusan sin piedad de los migrantes cometiendo toda clase de fechorías sobre ellos. Familias enteras con niños pequeños, mujeres embarazadas a merced de los malhechores.

A todo este monumental problema, sumémosle el éxodo venezolano con más de seis millones de personas, unas que se quedan en Colombia y otras que deambulan por América del Sur, pero que utilizan el territorio nacional como paso obligado hacia el sur. A falta de interés de la cancillería, en la frontera con Ecuador los venezolanos han marcado territorio frente a colombianos para trabajar como coyotes pasando personas de un lado a otro de la frontera. En enfrentamientos por el dominio ha habido muertos y violencia tal como ocurre entre Méjico y los Estados Unidos. El desinterés de la Cancillería es palpable dejando que el problema crezca. La diplomacia es para eso: convenir la cooperación con nuestros vecinos.

Por: Carlos Álvarez