Una carta es un país en el aire.
FREDY YEZZED
No has podido contar los desaparecidos. Te miras de frente con la desesperanza empozada en la patria que no amas. Tropiezas con el dolor. Tu madre te recuerda cómo te llamas. Por ella vuelves a restregar lo que has perdido en las piedras que lanzaste y se resisten a caer.
En la multitud reconoces tu voz. Nombras el miedo. De las palabras que llueven pesadas sobre el pavimento, te queda la sal de lo no dicho en los labios. Y pierdes el habla porque sientes en las piernas de las marchantes «la respiración /
del compañero desaparecido» (Mery Yolanda Sánchez). Sus sueños, al igual que los tuyos, son pétalos arrancados por una anciana vestida de rojo.
En tus pasos no queda lugar para los muertos que te crecen por dentro. Bendices la nube blanca donde lloras y desapareces. Una paloma, casi sin plumas, se posa sobre tu hombro, colmada de la paz como puñales.
«Lo único que te queda en el hueco del corazón, es un país que se te enrosca en el cuello, te chilla como un grajo mutilado y te clava “ la pena como uña sangrienta».
En los otros dejas de estar porque no encuentras el ojo que te falta, ni las calles que te vieron correr, ni el largo silencio de tu cuarto, ni las vísceras que lanzaste como hoguera. Tu certeza es la canción de fondo que nos divide el rostro. Lo único que te queda en el hueco del corazón, es un país que «se te enrosca en el cuello, te chilla como un grajo mutilado, te clava la pena como uña sangrienta». El país —te lo repites— «es sólo un nombre que te persigue / con un cielo prestado (…)» (Luz Helena Cordero Villamizar).
Las heridas que te dejaron los días de protesta, no te permitieron conocer a tu futura mujer que ha enviudado. Ella, desgajada del árbol del perdón, no sospecha que tú, fatigado de arengas, la culpas por callar, pero lo que no sabes es que, en su vientre el hijo que no nacerá, entre gritos y lágrimas secretas, espera ver la luz que en tu pecho limpio es ya tierra de todos.
En coro, en familia, los tres son las manos que escriben en el teclado. A través de los dedos, los cuerpos de la violencia arrastran las ruinas que los rodean. En su lenguaje pasmado, cuelga una «bandera sucia y raída (…) para lavarla con nuestras palabras» y conjurar el amor gracias a «la bandera de Colombia (que) no tiene patria» (Mónica Viviana Mora).
Joven, ahora que conozco a tu familia, lo tuyo también es mío, no doy un paso al costado, pues soy la raíz de tu lucha y en ella abrazo los sueños doblados, la espera que no retorna. Lo que tú me gritas es la fractura que habitamos. «Y te veo! / Y mirándome, y ciegos mirándome, y ciegos como / entero el cielo mirándome, miras desde arriba un / país de desiertos y me ves. Y me ves subiendo, y / me ves subiendo y subiendo y tus ojos ven mis / ojos llenos de tierra subiendo, alados, / agusanándose, pero de luz en los cielos» (Raúl Zurita).
Por: Jonathan Alexander España Eraso

