En Pasto ya se sienten los primeros vientos del Carnaval de Negros y Blancos. A pocas semanas de los desfiles, los talleres de las carrozas —carpas levantadas en calles, zonas abiertas y predios improvisados— comienzan a convertirse en verdaderos centros de creación donde maestras y maestros artesanos trabajan sin descanso para dar forma a las obras que recorrerán la ciudad el 6 de enero.
En estos espacios, el ritmo de trabajo es intenso. Las estructuras metálicas crecen por horas, las figuras de papel y fibra toman vida a la luz de reflectores y los equipos de soldadura, compresores y herramientas de precisión marcan el pulso de las jornadas que, en muchos casos, se extienden durante las 24 horas del día. Para los artesanos, diciembre significa vigilia creativa.
En medio de ese esfuerzo, la energía eléctrica se convierte en un aliado indispensable. Según los propios carroceros, las conexiones temporales instaladas en los sectores donde se ubican las carpas permiten mantener activos los equipos que hacen posible avanzar sin interrupciones. Este suministro, coordinado por Centrales Eléctricas de Nariño (Cedenar), es fundamental para garantizar que el trabajo no se detenga, especialmente en horarios nocturnos, cuando la iluminación facilita la precisión de detalles y acabados.
“En la noche vemos más claro lo que estamos construyendo. Sin buena energía sería imposible terminar a tiempo”, comenta uno de los artesanos con más trayectoria, mientras supervisa la pintura de una figura de gran formato.
Las carpas, que cada diciembre se integran al paisaje urbano, no solo son centros de trabajo sino también de formación. Aprendices jóvenes se suman a los maestros para aprender técnicas tradicionales que sostienen la identidad del Carnaval, declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
A medida que avanzan las obras, la ciudad entra en una cuenta regresiva colectiva. Las figuras crecen, los colores se intensifican y el bullicio de los talleres se mezcla con la expectativa de una fiesta que cada año sorprende a propios y visitantes. Detrás de ese espectáculo final, Pasto reconoce también el trabajo silencioso de quienes, día y noche, hacen posible mantener viva la tradición.

