Ricardo Sarasty

Aquí entra el hombre no el delito

Por: Ricardo Sarasty

Hasta no hace muchos años se podía leer en la entrada de las cárceles esta frase escrita en la mayoría de ellas sobre la pared: “AQUÍ ENTRA EL HOMBRE NO EL DELITO”. Al averiguar por su autor se encuentra que es el argumento con el cual el coronel español Manuel Montesinos sustento la transformación no de las cárceles sino de todo el sistema penitenciario en España, no de ahora y ni siquiera del siglo XX, sino por allá a mediados del siglo XIX, cuando lo común en toda Europa eran las mazmorras, lugares a donde se enviaba al delincuente para que allí sufriera física y moralmente toda clase se vejámenes durante el tiempo que los jueces lo consideraran, en cumplimiento con la ley. Contrario a lo pensado hasta entonces por los encargados de administrar la justicia y el establecimiento todo, el coronel Manuel Montesino tuvo la convicción que mejor servicio se le prestaba a la sociedad trabajando en la reinserción de los condenados a la vida normal que expulsándolas de ella. Actuando en consecuencia propuso el Sistema Progresivo Penitenciario, consistente en permitir que los reos o presos paguen parte de sus condenas con tiempo de trabajo a la vez que se les mejoran los lugares de reclusión.

Pero, vivir para contarlo, aproximadamente dos siglos y medio después la reforma al sistema penitenciario planteada por el Coronel Montesinos es tan solo uno de esos deseos que terminan como intentos fallidos de querer hacer algo bueno para la sociedad, allí donde nadie atiende a razones o porque no se cree en ellas o simplemente no están en favor de los que tienen el poder económico y político. Así la situación, el solo contar que la cárcel de Valencia en España, por virtud de la puesta en practica del innovador sistema penitenciario propuesto por Montesinos, se transformó en un lugar en el que junto a las celdas también funcionaban talleres, un colegio, una farmacia, el centro médico y oficinas, todo rodeado de jardines, el solo referirse a ella hoy como una penitenciaria para humanos  es una afrenta a la justicia y casi que otro delito por el cual se corre el riesgo de terminar condenado, en pleno siglo XXI, a una mazmorra de esas en las cuales mueren en las peores condiciones infrahumanas cientos de inculpados por la nueva santa inquisición.

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Paradoja esta que convierte en ofensa para la justicia el volver a pensar en la propuesta del sistema penitenciar del coronel Montesinos, ahora cuando se supone contar con un sistema educativo de avanzada que permite entender mejor los fenómenos sociales y la conducta de los individuos.  Un contrasentido que convierte en peligroso el creer en la posibilidad de la existencia de un sistema penitenciario pensado para la reivindicación del ciudadano y no para su avasallamiento porque para los apasionados por la rigidez del castigo resulta inconcebible, intolerable, poco menos que una herejía el ver detrás del delito al ser humano. En pleno siglo posterior al de las luces, o sea ya no solo de derechos sino de justicia social, las fases del hierro o de la culpa, la del trabajo y la de la media libertad, por las que debe pasar el delincuente, según Montesinos, para asimilar su culpa y terminar reivindicándose ante la sociedad como apto para volver a ser parte de ella, resultan inauditas, difíciles de comprender y por lo mismo inaplicables. Porque para los que condenan ya en calidad de jueces o de gentes de bien, supuestamente sin tacha, nada, ni nadie puede hacer que un criminal cambie, sin importar la clase de delito por el cual haya sido condenado.

Pero Cristo enfrento a los implacables lapidadores de condenados diciéndoles: quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.