La historia del departamento de Nariño es escasamente conocida y muchas veces tergiversada. Los mismos nariñenses saben poco de ella y en el norte de la república es casi un misterio y un lugar común de errores y falsos juicios. Pero lo es aún más el que se sepa, que el gobierno sepa, sobre el desarrollo económico del sur de Colombia. En la búsqueda un escenario para la verdad, esta columna pretende dar luces, sacar del ámbito de las sombras los elementos del desarrollo económico actual.
Empezando por la estructura productiva del departamento, sentamos como hipótesis generalizadora al histórico proceso de “mal desarrollo” como uno de los obstáculos para lograr siquiera su crecimiento económico, como efecto de ese semi proceso, que se concreta en su base, como lo es su histórica incomunicación con los centros económicos del centro de la República. La inexistencia de carreteras, aeropuertos, puertos y otras vías de comunicación, pero sobre todo la mala calidad de la malla vial en los comienzos de este siglo XXI sigue siendo una de las grandes barreras del desarrollo de Nariño. Esta es una realidad triste en estos comienzos de 2022.
La estructura económica de Nariño, combinada y compleja depende básicamente de dos frentes, el agrícola y el comercio; no hay industria. En este contexto el sector terciario, servicios, restaurantes, hoteles, servicios personales como la banca, los alquileres y los prestados por el Gobierno. ha crecido sin ser productivo. Entonces, el desempleo es uno de los males regionales, mal acompañado de los bajos salarios.
«En el contexto nacional el departamento de Nariño ha sido tradicionalmente uno de los de menor desarrollo económico relativo. Su aporte al producto interno bruto (PIB) ha permanecido estancado en cerca de un 2 por ciento».
El principal sector productivo de la región es el primario, es decir el agrícola que participa con el PIB seccional en más del 24 por ciento. Pero en este sector predominan formas de producción atrasadas, entre las que se destaca la economía campesina que constituye el 84 por ciento de las unidades productivas menores de 10 hectáreas.
El peso de la industria en el contexto regional es bastante modesto pues apenas alcanza un 9 por ciento, incluyendo la industria manufacturera con el 6 por ciento y el restante 3 por ciento corresponde al sector artesanal. La mayor parte de los establecimientos comerciales son pequeñas empresas. El 70 por ciento de las industrias son microempresas cuando el promedio nacional es de un 23%, pero en ellas está el mayor número de puestos de trabajo.
Las consecuencias de la falta de empleos suficientes son muy visibles en el departamento: bajos ingresos familiares, bajo nivel de vida, elevado índice de miseria, acelerado proceso migratorio del campo a la ciudad, hacinamiento, tugurización y delincuencia. El promedio de los últimos años del desempleo es del 12 por ciento, pero hay municipios (como Ipiales y Tumaco) donde sobrepasa el 25 por ciento.
Pero si en las ciudades la desocupación es crítica en el campo es dramática. Es precaria, disfrazada y estacional la generación de trabajo. Lo importante, como podría interpretarse, no es que el mismo Gobierno departamental y nacional lo reconozcan, sino que actúen para aliviar la pobreza y la miseria en la que se encuentra el 33 por ciento de la población nariñense.
En síntesis, en el contexto nacional el departamento de Nariño ha sido tradicionalmente uno de los de menor desarrollo económico relativo. Su aporte al producto interno bruto (PIB) ha permanecido estancado en cerca de un 2 por ciento.
Por tal razón, el desarrollo económico es un proceso que debería arrancar algún día.
Por: Guillermo Narvaez

