Por: Aníbal Arévalo Rosero
Es muy normal en nuestras ciudades colombianas que escuchemos el ulular de las sirenas de las ambulancias abriéndose paso en medio de las congestionadas calles; y claro, el espíritu solidario de los conductores hace que se orillen y les den prioridad a estas, considerando de que se trata de salvar una vida, o, al menos, de mitigar el dolor de una persona malherida a raíz de un accidente de tránsito.
Pero, ¿siempre que una ambulancia va con su sirena prendida y sus luces de alerta quiere decir que lleve un herido? Ocurre que la mayoría de las veces no. Las ambulancias están sometidas a una carrera loca por disputarse los heridos relacionados con los accidentes de tránsito. Sí, y solo si son heridos derivados de la colisión de vehículos automotores que operen con el Soat (Seguro obligatorio de accidentes de tránsito); de lo contrario no van, no hay tal espíritu solidario, ni sentido humano, ni salvar vidas. Un personaje de la política de la ciudad de Medellín que se hace llamar como Fico, en una oportunidad dijo: “plata es plata”.
Lo que está sucediendo detrás del ulular de las sirenas, a parte de dejarlo sordo, es sorprendente. Cada vez y con mayor frecuencia las ambulancias son responsables de accidentes de tránsito: han colisionado con otros vehículos, pasan derribando motocicletas y hasta han ocasionado heridos. Con la llegada de la primera ambulancia, los paramédicos proceden a ponerle al herido elementos de ortopedia para marcarlo indicando que les pertenece. Con la llegada de otras ambulancias se corre el riesgo de que toquen al herido; entonces, se arman las peleas, a tal punto que en ocasiones se agarran a golpes, como sucedió recientemente en Bogotá.
Las tarifas para el cobro de traslados en ambulancia están determinadas por el Manual del Régimen Tarifario en los accidentes de Tránsito, tal como lo prevé el Decreto 780 de 2016. Las tarifas se estipulan si son servicios de salud prestados a víctimas de accidentes de tránsito, de eventos catastróficos de origen natural, de eventos terroristas y de los demás eventos determinados por el Ministerio de Salud y Protección social y la administración del Fosyga.
Pero tenga en cuenta que si usted cayo en una trampa mortal de una alcantarilla sin tapa, porque se la robaron los delincuentes, y se encuentra fracturado y necesita un traslado a una clínica; lo más seguro es que no llegue la ambulancia a recogerlo, porque eso no es muy atractivo para los mercaderes de la salud. Y lo mejor es que haya una persona que sepa inmovilizarle su ‘pata rota’ y se vaya en un taxi, con todos los riesgos que eso implica. De lo contrario allí permanecerá tirado en medio de gritos: “llamen una ambulancia”. Y esta finalmente nunca llegará.
Similar situación ocurre cuando una persona sufre un infarto en la calle, y eso lo vemos con alguna frecuencia. El paciente (o mejor cliente de las ambulancias y la IPS) permanecerá tirado en una calle esperando que alguien se compadezca y no habrá dios que se compadezca por esa persona que sufrió un infortunio en plena calle, y no tiene un solo conocido que lo acompañe en un taxi. En este caso la vida de esta persona está en altísimo riesgo, porque lo más seguro es que no llegan las dichosas ambulancias porque no es un caso relacionado con el Soat, no están involucrados vehículos automotores.
Ahora bien, el negocio de las ambulancias es tan bueno que hay muchas empresas privadas que prestan ese servicio. Al lugar donde está tendido un motociclista contuso, llegan hasta cinco ambulancias. Y para completar, las IPS les pagan a las ambulancias por llevar un herido. Es un negocio redondo, señoras y señores.
Las ambulancias de los municipios pequeños las utilizan para cargar cemento y materiales de construcción, sacar a la familia a tomar helados; y en Bogotá se ha encontrado que sirven de taxis para llevar pasajeros al aeropuerto. Prenden la sirena y llegan rapidito. Hay ambulancias en carrera loca para todo, menos para salvar vidas.

