Allá en Glasgow la ciudad más poblada de Escocia desde el siglo XV por ser el epicentro del progreso inglés, se reúnen por estos días los llamados líderes de 190 países para discutir, proponer y comprometerse a implementar políticas en pro de la protección del medio ambiente. Les preocupa en grado sumo el calentamiento global y las consecuencias ambientales derivadas de él. Todas sufridas, más por los habitantes de los llamados países del tercer mundo.
O sea, gente que a esta hora del día lo más seguro es que no sepa ni le interese saber dónde queda Glasgow, no conozca a ninguno de los 190 líderes, ni tampoco quiera conocer la causa por la que ahora parte de sus miserias ha sido arrastrada por el río, en tanto que mañana la parte restante se la llevaran los vientos huracanados sino la convierte en cenizas la canícula del verano.
Desde hace tres décadas los presidentes de los países más desarrollados se han reunido para por ejemplo comprometerse a disminuir la emisión de los llamados gases efecto invernadero. Lo hicieron en 1998 allá en Kioto, otra ciudad de la cual poco o nada saben los afectados por el uso abusivo de vehículos motorizados. Bueno en cuanto a la gasolina saben que es un producto derivado del petróleo extraído cerca de donde viven, y que les cuesta mucho conseguir un galón para el funcionamiento de sus motocicletas. Medio de transporte al que recurren como única solución posible a la necesidad de movilizarse en donde no hay vías, ni transporte público, para ir a donde los candidatos a la presidencia se animan a ir cada cuatro años y los presidentes nunca.
Por la televisión, se vio como los presidentes que asisten a la conferencia sobre el cambio climático, igual a cualquier grupo de bachilleres en excursión de último año, se reunieron para la foto, de espaldas a la fuente de Trevi en Roma, y tiraron una monedita, ritual que los turistas deben cumplir como buen augurio cada vez que visiten el lugar.
Ojalá la buena suerte nunca se aparte de ellos, pues parece que siempre les ha ido mejor que a sus gobernados. Aquellos a los que, mientras sus gobernantes se toman la selfi, la desgracia o los despierta en forma de talud encima de sus casas o los pone a ver con los ojos secos las consecuencias de los veranos cada vez más largos, las mareas cada año más altas y los inviernos más crudos.
Mientras conversan solamente en África están a punto de morirse por hambre 30 millones de seres humanos, a ese número de africanos se deben de sumar los otros 22 millones que morirán en países del Asia, más los millones que pondrán los países latinoamericanos y del Caribe, entre ellos los colombianos del Chocó, la Guajira y el Amazonas.
Habitantes de continentes expoliados por las grandes potencias hoy reunidas allá en Glasgow: Inglaterra, Francia, Alemania y Los Estados Unidos. Países de donde llegan las compañías petroleras y mineras a llevarse, como le llaman los nativos de estos lares, la sangre y el alma de la sagrada tierra. Países hacia donde viajan cantidades de vacas para surtir de carne sus fábricas de hamburguesas, ganado por el que se convierten en potreros grandes extensiones de selva y se secan los humedales.
Lo más seguro es que hablen también mientras almuerzan con frutas y verduras, aun importadas de este lado del mundo, y mientras comen hablen algo sobre el cómo afecta la devastación de las selvas y los páramos la seguridad alimentaria de los habitantes de estas regiones. Explotadas hasta el grado de haberlas convertido en extensos suelos yermos que solo ofrecen a sus pobres pobladores como alimento la angustia, el más amargo de sus frutos.
Por: Ricardo Sarasty

