Por Mauricio Fernando Muñoz Mazuera
Tristemente, la noche de velitas en nuestra ciudad no será recordada de la mejor manera en un buen número de hogares. Lo que debería ser una celebración religiosa significativa, incluso íntima, terminó convertida para muchos en una visita obligada a los centros de salud para mitigar los daños causados por la manipulación de pólvora. Las campañas institucionales que se han impulsado en los últimos años se quedaron cortas frente al uso indiscriminado de este elemento, cuyo porte, comercialización y utilización están prohibidos. Sin embargo, persiste el desacato a estos llamados, y volvemos a lamentar situaciones como las vividas recientemente.
Lo más doloroso es escuchar intervenciones en distintos medios de comunicación donde se defiende el “derecho al trabajo” por encima de un derecho mayor: la salud y, más aún, la seguridad de toda la comunidad. Se lanzan improperios contra el Alcalde y contra las acciones encaminadas a castigar la manipulación de pólvora, especialmente cuando involucra a menores de edad que no fueron supervisados por los adultos responsables. Esas voces que justifican absolutamente todo son las mismas que promueven el todo vale. Son las que sostienen que, a como dé lugar, hay que generar recursos, sin importar si ello vulnera derechos de terceros o pone en riesgo la vida de otros. Un ejemplo claro se encuentra en la situación del centro de la ciudad, donde la invasión del espacio público es evidente. Y no solo por las carretas de vendedores ambulantes, sino también por talleres, ventas de repuestos y otros negocios que ocupan lugares indebidos. Estas personas justifican su accionar apelando al derecho al trabajo, pero ¿a costa de qué? A costa de la libre movilidad de los transeúntes y de quienes pagan impuestos para usar adecuadamente las vías.
No podemos ignorar que este rebusque, en ocasiones, se entrelaza con prácticas delincuenciales ampliamente conocidas en la ciudad. Y lo más contradictorio es que muchas de estas personas que defienden con vehemencia la invasión del espacio público o la venta de pólvora, muy posiblemente son las mismas que, en tiempos de escasez de gasolina o gas domiciliario, vendían “puestos” o cupos a precios exorbitantes para poder acceder a dichos elementos.
Es el mismo patrón: el todo vale como filosofía de vida. Es cierto que la sociedad colombiana ha tenido que desarrollarse en medio del rebusque; eso es innegable. Pero no por ello debemos normalizar cualquier conducta. Quien se aprovecha de la necesidad del otro para lucrarse es un inescrupuloso, y tristemente seguirá educando a las futuras generaciones bajo la premisa de que todo está bien mientras deje ganancias, sin importar el daño causado. Es el mismo perfil del que hurta cobre, desmantela casas en deterioro, roba tapas de alcantarilla o cualquier otro elemento que pueda vender. A ese individuo no le importa cómo consigue los recursos, mientras los consiga.
Ahora bien, debemos ver la otra arista de esta situación, nos sigue faltando cultura ciudadana. Porque quienes venden estos productos o participan de estas prácticas lo hacen porque existe un público que compra, respalda y alimenta esa lógica del todo vale. Como ciudadanía, la misión que nos queda es reflexionar hacia dónde vamos, cómo estamos educando a nuestros hijos y cómo podemos cortar de raíz estas conductas que solo profundizan una sociedad dominada por el matoneo del que más grita, del que se cree superior, del que justifica cualquier acción en nombre de su “necesidad”. Son personas que no construyen sociedad; por el contrario, la destruyen. Y mientras sigamos justificando estas prácticas, seguiremos atrapados en un círculo vicioso donde se impone la ley del más fuerte, y donde el bienestar colectivo se sacrifica en nombre de la conveniencia individual.

