A QUITARNOS LA MÁSCARA

Por: Mauricio Fernando Muñoz Mazuera

En estos días se informaba por las redes sociales sobre el deceso de un habitante de calle en inmediaciones del Templo de Ntra. Sra. del Carmen en el barrio El Tejar. La foto que acompañaba la información mostraba el cuerpo inerte de esta persona, con un pie descalzo y con el rostro marcado por la dureza de la vida en calle. Tras la publicación, con el morbo que nos caracteriza, surgieron los mensajes en donde buscaban mayor información, no tanto de la persona, sino de qué murió, o como se identificó que había fallecido, pero ningún mensaje se interesaba por conocer el paradero de la familia o dar mayor información sobre el destino del cuerpo, los interrogantes antes que informar, buscaban saciar el hambre de sensacionalismo que pulula en las redes sociales.

Tener un familiar en situación de calle, o incluso, caer en esta condición, en ocasiones depende absolutamente de nosotros, pero hay casos en donde esto se da por hechos ajenos. Se puede caer en este infortunio porque se comenzó a consumir alucinógenos o el tema del consumo del licor se salió de control, también esta quien le toco asumir esta vida por situaciones médicas, pero no olvidemos factores externos como el desplazamiento forzado o hechos de violencia intrafamiliar. Nadie puede decir, “de ese vaso no he de beber”, recuerdo que años atrás había un buen hombre en Pasto que vivía en situación de calle, se destacaba por ser un excelente pintor, pero vivía así arrastrado por el vicio del licor, a pesar de que provenía de una familia acomodada de la ciudad, por eso, no podemos creernos exento de este giro que puede dar la vida.  

El papá Francisco ha sido enfático en condenar la “cultura del descarte”, metiendo el dedo en la llaga en situaciones nefastas que está sociedad ha normalizado, desechamos ancianos en los geriátricos, abandonamos bebés en los contenedores de basura, condenamos a las personas con discapacidades a vivir de la caridad, olvidamos que las personas de la tercera edad son un cumulo de conocimiento que podrían evitarnos caer en errores; usamos a hombres y mujeres y cuando estos ya no son de nuestro agrado, los descartamos, como si de un trapo viejo se tratara y en el colmo de la hipocresía, si a estas personas les llega a pasar algo, jugamos al papel del manso cordero evadiendo nuestra responsabilidad sobre el final que nuestra conducta reprobable desencadenó.

Pero está es la sociedad doble cara que se rasga las vestiduras por tres perritos abandonados, pero se desentienden de los bebés abortados a diario, es más, propendemos porque las leyes faciliten la muerte de los niños en el vientre de aquella que no merece el título de madre como si el cobijo de una norma legitimara las macabras acciones, o ¿acaso hemos olvidado que las determinaciones del estado nazi en la segunda guerra mundial estaban apoyadas bajo el manto de las leyes y la constitución?

Estamos hablando de la misma sociedad que prefiere hablar del “derecho a morir dignamente” pero que no levanta su voz por el “derecho a vivir dignamente” o acaso hay espacios previstos para la construcción, por ejemplo de casas de interés social, buscando que las familias tengan un techo bajo el cual resguardarse de la inclemencia del tiempo, sin olvidar situaciones como el primer empleo para miles de jóvenes que egresan de los diferentes procesos formativos o la renta básica para los adultos mayores en situación de indefensión.

El que tenga oídos, que oiga, porque esta vida es un ratico, como dice la canción, y el que hoy goza, mañana puede estar llorando, y la injusticia que aprobó, puede ser la soga al cuello que lo condene mañana.