Con la reciente presentación oficial de los candidatos a la Cámara de Representantes por Nariño, se abre un nuevo capítulo en la vida política del departamento. Una vez más, los ciudadanos se enfrentan al deber —y al derecho— de decidir quién llevará su voz al Congreso. Pero esta elección no puede tomarse a la ligera: Nariño, un territorio lleno de riqueza cultural y natural, pero también marcado por profundas necesidades en infraestructura, empleo, conectividad, salud y seguridad, requiere representantes capaces, serios y comprometidos.
El trabajo de los actuales congresistas ha despertado en amplios sectores de la población una sensación de inconformidad. Muchos ciudadanos perciben que, a pesar de los discursos y las promesas, los avances concretos son escasos y las gestiones insuficientes frente a la magnitud de los problemas del departamento. No se trata de desconocer los esfuerzos individuales, sino de reconocer que los resultados no han estado a la altura de las urgencias que viven nuestras comunidades. Por ello, ante un nuevo ciclo electoral, se hace imprescindible que el electorado adopte una postura más crítica, informada y exigente.
Evaluar las hojas de vida de los aspirantes no es un formalismo burocrático; es una herramienta esencial para ejercer un voto responsable. En un departamento como Nariño, donde históricamente se han mezclado el abandono estatal, el clientelismo y una débil presencia institucional, elegir representantes sin examinar su trayectoria es repetir errores que terminan pagándose con falta de oportunidades y retrocesos sociales.
Es necesario preguntarse quiénes son realmente los candidatos: ¿cuál es su experiencia? ¿Qué responsabilidades públicas o comunitarias han asumido? ¿Cómo han manejado los recursos que han administrado, si es que lo han hecho? ¿Han estado vinculados a investigaciones o polémicas? ¿Qué resultados concretos pueden mostrar? Pero más allá del currículum formal, también es fundamental evaluar su capacidad de diálogo, su comprensión de la realidad nariñense y su disposición a trabajar por un territorio históricamente relegado en el escenario nacional.
Los electores deben desconfiar de las candidaturas construidas exclusivamente alrededor de maquinarias políticas, promesas fáciles o espectáculos mediáticos. La política seria exige algo más que slogans: demanda ideas, responsabilidad y coherencia. En este sentido, quienes aspiran a llegar a la Cámara deben explicar con claridad cómo planean gestionar recursos, articularse con el Gobierno nacional y defender intereses regionales en un contexto político cambiante y competitivo.
Nariño necesita representantes que no solo ocupen una curul, sino que la llenen de sentido. Voces que entiendan la urgencia de impulsar proyectos estratégicos como la modernización vial, el fortalecimiento del sector agropecuario, el apoyo real a la economía popular, la ampliación de la conectividad digital, la protección del medio ambiente y, por supuesto, la búsqueda de una paz duradera en un territorio golpeado por la violencia.
La ciudadanía no puede delegar esta tarea a la improvisación. Informarse, contrastar propuestas, asistir a debates y exigir claridad a los candidatos es un acto de responsabilidad democrática. El voto es una herramienta poderosa, pero solo lo es realmente cuando se ejerce con conciencia.
Las próximas elecciones no deben convertirse en un trámite más, sino en una oportunidad para corregir el rumbo. El futuro de Nariño, un departamento lleno de potencial pero también de desafíos estructurales, depende de la calidad de quienes lo representen. Y esa calidad solo podrá garantizarse si los electores asumen un rol activo y crítico. La invitación, entonces, es clara: revisar, comparar, preguntar y, finalmente, elegir con criterio. Porque Nariño merece más, y elegir bien es el primer paso para lograrlo.

