Danny J. Marcillo

La calle es una selva de cemento

Por: Danny J. Marcillo

Hoy en día es muy peligroso transitar por las calles de la ciudad de Pasto, no sabes con que sorpresa te vas a encontrar, la inseguridad se ha vuelto un tema muy preocupante en especial en estas temporadas de algarabía navideña, pago de primas y el Carnaval. Creo que las más afectadas son las mujeres, se han visto varios videos en donde los bandidos las arrastran por robarles su bolso y no solo eso, también los golpes que aguantan por no dejarse hurtar sus pertenencias, esto se ha vuelto una pesadilla.

No estoy de acuerdo con la violencia, pero si hace falta una buena ‘paloterapia’ a estos ladrones que tienen azotada la capital nariñense, ¿Qué tal si fuera su hija o su madre?

Recientemente escuché palabra ‘paloterapia’ la pronunciaba una mujer; me interesó la conversación que ella sostenía con sus vecinos; decía: tocará aplicar la paloterapia a esos ladrones que constantemente nos están robando, darles garrote limpio, circulan sin ningún control, la denuncia penal no sirve para nada, si la policía los captura, los jueces los sueltan a las pocas horas; tengo al ladrón amenazándome frente a mi casa.

¿Qué haré? ¿esconderme? expresaba; la dama desesperada y angustiada, aclaraba que era darles paliza a reconocidos ladrones, pero no matarlos. Agregaba, también: conformaremos un frente de seguridad que sirva de protección para el barrio.

“La calle es una selva de cemento y de fieras salvajes, cómo no, ya no hay quien salga loco de contento, donde quiera te espera lo peor”. Sí, Héctor Lavoe y Juanito Alimaña se han encargado de que la expresión “selva de cemento” y sus obvias derivaciones “jungla de asfalto” o “jungla urbana” sean aceptadas como la analogía arquetípica de nuestras metrópolis, en donde las presiones de la modernidad han convertido a los ciudadanos en “animales salvajes” que libran diarias batallas para garantizar su sobrevivencia.

Es una forma ilustrativa, y hasta amena, de describir el modus vivendi de las pobladas concentraciones humanas; pero no es la única, ni la más precisa.

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Hace cuarenta años, el zoólogo inglés Desmond Morris planteó una perspectiva más científica: en su hábitat natural, los animales salvajes no se mutilan a sí mismos, no atacan a su prole, ni tienen úlceras, ni padecen obesidad, ni cometen asesinatos.

 Estas circunstancias ocurren entre los habitantes de las ciudades. Sin embargo, estas conductas se observan también en los animales cuando están encerrados en las jaulas de un zoológico, por lo que se puede concluir que la ciudad no es una “selva de cemento”, sino más bien, como señala Morris, un zoo humano.

En este sentido, el animal-humano-urbano hace mucho que no vive en su medio natural, ha abandonado la esencia cooperativista y solidaria de aquellas tribus en que todos los miembros se conocían y asumían roles específicos para garantizar alimento, vivienda y vestido para todos. Por su propio albedrío, y al igual que el solitario león del zoo, hoy está atrapado en una jaula compartida con miles de extraños con quienes apenas puede cruzar una palabra. Las ciudades están llenas de solitarios.