Por: Mons. Juan Carlos Cárdenas Toro
Este 28° Domingo del Tiempo Ordinario se nos propone el pasaje de la curación de 10 leprosos por parte de Jesús. Si bien la interpretación tradicional del resalta la llamada a la gratitud, propongo centrar la atención en las tres frases de Jesús aquí.
1. «Vayan a presentarse a los sacerdotes»
Jesús no solo pide a los leprosos el cumplimiento de un rito: las purificaciones luego de superar una enfermedad; también plantea una prueba de fe. Jesús manda los leprosos a los sacerdotes sin evidencia de una curación. Así motiva a los leprosos para creer en el poder de la palabra de Jesús.
Es lo que Jesús nos pide a nosotros: reconocer y acoger diariamente el poder que tiene su Palabra. Más aún, que la acojamos aun antes de esperar “milagros”. Esto implica no pedir tantas pruebas: avanzar confiados.
2. «¿No han quedado limpios los diez?
Realmente Jesús formula aquí tres preguntas: La primera sobre la curación: ¿la han recibido los 3? El relato supone que sí. La segunda se refiere a los nueve que no regresaron. El texto hace suponer que siguieron adelante. Y la tercera pregunta en sí misma deja un dato interesante: el único que regresó era un extranjero. Pareciera que están más abiertos a reconocer los signos sobrenaturales que vienen de Jesús aquellos que están fuera de la comunidad creyente privilegiada.
De ese extranjero debemos aprender algo todos: ser creyentes, ser discípulos de Jesús no nos da “derechos”. Pareciera que nuestra relación con Jesús es de transacciones: te doy para que me des. En esa lógica, si recibimos un beneficio del Señor es un derecho ganado porque le ofrecimos algo. Pero realmente todo lo que de él nos viene va más allá de nuestros méritos. Nuestra primera reacción tiene que ser agradecer. Al iniciar y terminar cada día pensemos en las cosas buenas que nos han pasado y reconozcamos que han sido permitidas por el Señor. Que esto nos mueva a un constante agradecimiento.
3. «Levántate, vete; tu fe te ha salvado»
Otro hecho interesante es que Jesús no hace nada para curar los leprosos. No los toca, no les unta nada, no hace una oración, sólo los envía a los sacerdotes. Los mueve a la creer y confiar en él. Esto permite el milagro.
Lo que dice al leproso que regresa lo confirma. Tu fe te ha salvado. Pero fijémonos en lo primero que le dice: Levántate. El mayor milagro no es superar un padecimiento físico. El milagro más grande es levantarse: recuperar la dignidad perdida, volver creer, valorar a Dios y uno mismo. ¿De qué nos serviría estar sanos, pero con la dignidad por el suelo?
Creamos, agradecemos y levantémonos.

