Por: Germán Caicedo Mora
El ejercicio del control y el domino del territorio se han materializado a través de las fronteras; en América Latina se impuso antes de la colonia, continúo en la república hasta muy entrado el siglo XX, además, ese esquema no ha sufrido modificaciones hasta hoy. Para los gobernantes desde la soberanía sesgada ha sido ideal para alzar el ego y coartar las zonas de frontera desconociendo su dinámica y los factores que las definen.
En la ejecución de la soberanía están los matices para ejercer la triple tarea de limitar el territorio fronterizo, controlar la comunidad e insertarlas en un modelo de producción con protuberantes desequilibrios, que ha impedido afianzar la cooperación, integración, el desarrollo económico y el bienestar social.
Ese dominio de soberanía se sustenta en el Estado centralizado, donde la geografía tradicional ofrenda argumentos sobre las barreras naturales para el control total del territorio. Pero es de reconocer que con el avance de la nueva geografía y la geografía crítica surgen otras lecturas de las fronteras incluyendo su contenido histórico, social, político, económico y ambiental.
Es un avance; pero está tardando en profundizar raíces; mientras tanto sigue despierta la codicia que ha relegado las fronteras a la periferia, enclaustradas y rezagadas, sin apreciar las fuerzas invisibles y los cimientos potenciales presentes. Es el modelo atípico anclado en la homogeneidad de las fronteras.
Mientras tanto, son las primeras en padecer las consecuencias de las políticas centralistas y del capital global; no perecen por las respuestas que dan desde sus condiciones endógenas y exógenas. En Colombia lo constata la historia y su reclamo por un nuevo rumbo, el sentido social y estratégico para la paz y el desarrollo.
El tema fronterizo es complejo a pesar de los renovados argumentos de las ciencias sociales; siempre reviven las posiciones arcaicas y desde los gobiernos limitan cambiar el modelo, solo recordar a Donald Trump que impuso construir una barrera para detener el paso desde el sur, decisión de un país que se autodenomina guardián de los Derechos Humanos.
En Colombia el manejo fronterizo ha estado en cabeza del presidente y luego con la Constitución de 1991 pasó al Ministerio de Relaciones Exteriores; haciendo una revisión de la legislación se encuentran lineamientos para el desarrollo, bienestar, protección de los Derechos Humanos de las zonas fronterizas y su engranaje al capital mundial de brazo del enfoque de arriba abajo, que las aleja para convertirse en pilares del desarrollo y la paz.
Frente al manejo dominante de la legislación y superar el lugar secundario, urge reconocer a las fronteras su valor estructural bajo otra concepción como “líneas naturales correspondientes a espacios sociales, políticos e históricos”.
También, abrir su protagonismo de fronteras para la paz de la mano de las comunidades como opción complementaria para superar la periferia y el centralismo, que puede ser más ágil con el acompañamiento eficaz del Estado y la justicia. Colombia desaprovecha 6.342 kilómetros de longitud terrestre y el territorio marítimo 339.200 Km2 como potencial socioeconómico fronterizo.

