Todos nos quejamos de los demás, los culpamos de los males que pasan y no revisamos nuestra propia actitud. Cuando los papás o abuelos educan a los hijos y a los nietos para que no hagan daño a los demás, esos niños irán aprendiendo a vivir en sociedad y a no perjudicar a los otros. Y si no hay padres que enderecen lo que se va inclinando mal, y si no hay un gobierno que ponga en su lugar a los violentos, la sociedad es un caos.
Nos asombra la creciente violencia en nuestras ciudades, en las escuelas, en las calles, incluso y lo más triste dentro del hogar. Hoy en día tenemos una gran tarea, la de educar en valores que nos lleven a saber vivir en paz y armonía con la comunidad, respetando nuestras diferencias y aprendiendo a convivir con quienes piensan y son diferentes.
En los medios informativos, sobresalen las notas rojas, porque son las que más se consumen y se venden. En el congreso, resaltan ofensas y descalificaciones entre partidos políticos, como si ganara quien más insulta.
Debemos tener muy presente que nosotros los seguidores de Cristo, no apoyamos la violencia, estamos pidiendo que se detenga la que sufrimos por culpa de grupos criminales que actúan con casi total libertad e impunidad.
Hoy vivimos situaciones que nos han rebasado en mucho y que son un verdadero calvario para personas, familias y comunidades enteras, en una espiral de dolor a la que por el momento no se le ve fin. Muchos pueblos en nuestro país experimentan constantemente la inseguridad, el miedo, el abandono de sus hogares y una completa orfandad por parte de quienes tienen la obligación de proteger sus vidas y cuidar sus bienes.
Tal parece que esta situación de violencia ha rebasado a las autoridades en muchas partes del país, los grupos delincuenciales se han establecido como verdaderos dueños y señores y, debido a la furia y a la capacidad de terror de muchos de ellos, han puesto a prueba la fuerza de la ley y del orden. Son muchos los sufrimientos que a causa de la violencia a lo largo de estos últimos años se han ido acumulando en las familias del pueblo colombiano.
Existe una necesidad inaplazable por construir una paz firme y duradera en nuestro país, reclama que la Iglesia pueda sentarse a la mesa con muchos otros invitados: Organizaciones ciudadanas, confesiones religiosas, autoridades civiles, entidades educativas, sectores políticos y medios de comunicación, entre otros, para que juntos, y aportando lo que le es propio a cada uno, podamos reconstruir el tejido social de nuestro país. Creemos que es urgente trabajar por la paz de nuestros pueblos y llegar a compromisos concretos.
Como sociedad colombiana es urgente y necesario combatir todas aquellas situaciones de corrupción, impunidad e ilegalidad que generan violencia y restablecer las condiciones de justicia, igualdad y solidaridad que construyen la paz.
Por: Narciso Obando López, Pbro.

