La religión en sus diferentes significados y manifestaciones siempre ha estado íntimamente ligada con la historia de los pueblos.
Es así como su ideología, su poder, no sólo ha servido y continúa sirviendo a fin de conquistar almas después de la muerte, sino también para influir en la forma de vida de las personas y, en especial, en la toma de decisiones de los gobernantes.
En el caso específico de nuestro país, tan sólo después que se promulgó la Constitución de 1991 se garantizó de manera abierta la Libertad de Cultos y de Conciencia; pues antes de ella, la única religión reconocida oficialmente en Colombia era la católica.
Ese privilegio conllevó a que la Iglesia Católica tuviera un papel sumamente importante dentro del manejo político-administrativo del Estado.
Muchos de sus altos jerarcas y hasta el más humilde de los sacerdotes en nombre de Dios y de los Evangelios coadyuvaron, en su momento, desde los altares o en los confesionarios a decirles a los feligreses, por ejemplo, por quien o quienes debían votar en tiempos de elecciones, o a manifestarles al oído a los mandatarios de los distintos niveles que era lo bueno o lo más conveniente que debían realizar en favor de ciertos grupos sociales.
Claro está, que la injerencia u opiniones de muchos miembros de la Iglesia dentro de las esferas del poder estatal, a veces se han orientado a favorecer los intereses de las clases dominantes y privilegiadas del país. Mientras que a las mayorías explotadas y oprimidas que pasan innumerables necesidades, les han pedido resignación y paciencia en la vida terrenal, y se las ha consolado con la esperanza de recibir la recompensa en el cielo.
Sin embargo, en los últimos tiempos y ante la confusión e incertidumbre democrática por la violencia absurda que se vive en el país, algunos integrantes de las altas jerarquías eclesiásticas y religiosos de menor rango asumen como suyos los problemas sociales, políticos, económicos, etc.
Es así como ese sector de renovación clerical confraterniza con los intelectuales de vanguardia, milita en las organizaciones políticas más avanzadas, coadyuva en la organización de los trabajadores y campesinos, y están al lado de los desplazados y camina con todos ellos en su constante lucha de la reivindicación de sus derechos”.
De allí que, es grato observar como hoy en quienes tienen la investidura de sacerdotes y demás prelados de la Iglesia Católica, empezando por el Papa Francisco, comprenden y practican con acierto que “la misión de la vida religiosa en el contexto sociocultural de Colombia es la de denunciar de manera sistemática todos sus ídolos de riqueza, poder y arbitrariedades que matan al pobre y así como acompañar al pueblo en la construcción de una nueva sociedad”.
Y eso, si lugar a dudas, está bien y merece un reconocimiento porque atrás han quedado aquellos tiempos en que ciertos prelados defendían una sociedad que creían transparente, cuando en realidad era engañosa y encubría una aparente normalidad de procesos económicos, políticos y sociales que escondía la explotación, la corrupción y la violencia para beneficiar los intereses personales de unos pocos; pero en detrimento de las mayorías.
Por: Luis Eduardo Solarte Pastás

